El Papa celebrará la Misa por los Fieles Difuntos en las catacumbas de Priscila

Foto: Vatican Media

El Papa Francisco se dirige esta tarde a las Catacumbas de Priscila, en Roma, para celebrar la Santa Misa en la conmemoración de todos los Fieles Difuntos. Ayer en el Ángelus, la invitación del Pontífice a realizar hoy una visita a un cementerio, como “acto de fe”.

María Cecilia Mutual – Ciudad del Vaticano

“Mañana por la tarde iré a celebrar la Eucaristía en las Catacumbas de Priscila, uno de los primeros lugares de sepultura de los primeros cristianos de Roma”: con estas palabras el Papa Francisco anunció ayer a la hora del Ángelus en la Fiesta de Todos los Santos, su intención de celebrar la misa por los fieles difuntos, hoy 2 de noviembre, en este antiguo cementerio romano.

“En estos días – agregó el Santo Padre – en que desgraciadamente circulan mensajes culturales negativos sobre la muerte y sobre los muertos, los invito a no descuidar, si es posible, una visita y una oración en un cementerio”. “Será – precisó – un acto de fe”.

Francisco celebrará la Santa Misa en las Catacumbas de Priscila a las 16.00 hora de Roma y al término de la celebración eucarística, de regreso en el Vaticano,  se dirigirá a las Grutas de la Basílica Vaticana para un momento de oración en privado por los Pontífices difuntos.

Las catacumbas de Priscila

Situadas en las Vía Salaria en Roma, con entrada al convento de las Hermanas Benedictinas de Priscila,  las catacumbas son uno de los cementerios romanos más antiguos que se han descubierto y conserva algunos frescos de especial importancia para la historia del arte, por ejemplo, las primeras representaciones de la Virgen María o de la Anunciación.

La Reina de las catacumbas

En la regina catacumbarum, “la reina de las catacumbas” como se la llama por la gran cantidad de mártires allí enterrados, están sepultados algunos Papas como Silvestre I, a quien se le construyó una basílica con su nombre,  Celestino I, Siricio y Marcelo I; entre otros. Entre los mártires más famosos se encuentran los santos Félix y Felipe, Crescenciano, Prisca.

Fueron excavadas entre el segundo y el quinto siglo, partiendo de ambientes hipogeos preexistentes, siendo los principales un arenario, un criptopórtico y un hipogeo con las tumbas de los Acilios, descendientes de Acilio Glabrión, cónsul y senador que había sido desterrado de Roma y luego condenado a muerte por Domiciano por haberse convertido al cristianismo. A esta familia pertenece la donante de la tierra, la noble mujer Priscila, cuya memoria es el 16 de enero en el Martirologio Romano, que la indica como benefactora de la comunidad cristiana de Roma. Este cementerio, perdido como muchos otros debido al ocultamiento de las entradas para protegerlo de los saqueos, fue uno de los primeros que se encontraron en el siglo XVI y por lo tanto, fue profusamente despojado de lápidas, sarcófagos, tobas y cuerpos de supuestos mártires. Conserva pinturas particularmente bellas y significativas: la visita incluye las principales de éstas.

Las galerías del cementerio

Excavadas en la toba, roca volcánica blanda utilizada para la construcción de ladrillos y cal, los túneles se extienden por unos 13 km. de longitud, en varios niveles de profundidad. La primera planta, la más antigua, se desarrolla en un recorrido irregular de túneles, en cuyas paredes se encuentran los “lóculos”, las tumbas comunes donde se colocaba el cuerpo, envuelto en una sábana, directamente sobre el suelo, rociado con cal para evitar la rápida putrefacción, y amurallado con mármol o tejas. En las tumbas las inscripciones estaban en griego o latín, o había pequeños objetos para permitir el reconocimiento de las tumbas anepigráficas. Sólo en este primer piso, donde fueron enterrados los mártires, encontramos pequeñas salas, los “cubículos”, las tumbas de familias adineradas o mártires, y los “arcosolios”, otro tipo de tumba noble, a menudo decorada con pinturas sobre temas religiosos, que son en su mayoría historias bíblicas del Antiguo o Nuevo Testamento, que expresan la fe en la salvación y resurrección obtenida de Jesús. En las lápidas también son frecuentes los símbolos, significativos para los cristianos e incomprensibles para los paganos: el más conocido es el pez, que esconde las cinco palabras “Jesucristo, Hijo de Dios Salvador” a través de las iniciales de las cinco letras griegas que componen la palabra “ICTUS”, pez.

El cubículo de la velatio, “velada”

La sala toma su nombre de la pintura de la luneta del fondo, que representa a una mujer joven, con un rico vestido litúrgico y un velo en la cabeza, con los brazos levantados de manera orante. A cada lado de la mujer orante hay dos escenas únicas en la pintura del cementerio, probablemente episodios de su vida. En el centro de la bóveda está pintado el Buen Pastor en el jardín celestial, entre pavos reales y palomas, precedido, en el arco de entrada, por la escena de la salida del profeta Jonás de la boca del monstruo marino, clara expresión de la fe en la resurrección. En la luneta a la izquierda del cubículo está  representado el sacrificio de Isaac y a la derecha, los tres jóvenes en el horno de Babilonia, ambos ejemplos de fe total en el Dios que salva y para los primeros cristianos prefiguraciones de la salvación traída por Jesús. Las pinturas, increíblemente bien conservadas, datan de la segunda mitad del siglo III.

El nicho con la imagen más antigua de la Virgen

En el techo de un nicho, está el estuco, desgraciadamente deteriorado en gran parte, del Buen Pastor entre los árboles, también en estuco, pero que termina en una pintura animada de follaje y frutos rojos. Al extremo del techo hay dos escenas: la de la izquierda completamente deteriorada, la de la derecha es la figura de la Virgen María con el Niño sobre las rodillas y junto a ella un profeta, que sostiene un pergamino en su mano izquierda y con la derecha señala una estrella. Debería ser la profecía de Balaam: “Álzase de Jacob una estrella, surge de Israel un cetro” (Núm. 24,15-17). La presencia del profeta indica en el Niño al Mesías esperado durante siglos. La pintura, de estilo pompeyano primitivo, puede remontarse a finales del siglo II o principios del III, por lo que se considera la representación más antigua de la Virgen.

La capilla griega llamada la “capilla sixtina paleocristiana”

Es un ambiente encontrado lleno de tierra lanzada desde el tragaluz abierto en el techo, que toma su nombre de dos inscripciones en griego pintadas en el nicho derecho, que fue la primera cosa que vieron los descubridores.

Ricamente decorada con pinturas y estucos de estilo pompeyano, es llamada la “capilla sixtina paleocristiana”. Tiene una forma particular con tres nichos para sarcófagos y un mostrador para banquetes funerarios, llamado “refrigeri” o “agapi” que se celebraban en las tumbas en honor de los muertos. La pintura, sobre fondo rojo en el arco del centro, es un banquete, pero tiene una clara referencia al banquete eucarístico (celebrado ocasionalmente por los cristianos en las tumbas veneradas). A los lados de la mesa donde están sentadas siete personas, la primera de las cuales extiende sus manos en el acto de partir el pan, hay siete canastas, aludiendo al milagro de la multiplicación de pan y los peces, cuando Jesús promete el pan de vida eterna.

Hay numerosos episodios del Antiguo Testamento: Noé saliendo del arca y Moisés haciendo brotar agua de la roca, prefiguraciones del agua salvadora del bautismo; el sacrificio de Isaac; las tres historias milagrosas de salvación del libro de Daniel (Daniel entre los leones, los tres jóvenes en el horno, Susana acusada de adulterio por los jueces babilónicos y salvada por Daniel). Del Nuevo Testamento forman parte la representación de la resurrección de Lázaro (Jesús tiene poder sobre la muerte); la curación del paralítico (Jesús tiene poder sobre el pecado); y la adoración de los Reyes Magos. Esta última escena se representa frecuentemente en los cementerios de Roma como signo de la universalidad de la salvación, siendo los tres reyes los primeros paganos en adorar a Cristo.

Las benedictinas de Priscila

Toman el nombre del lugar donde nació la Congregación, fundada precisamente en los territorios de las Catacumbas de Priscila  en 1936 por sacerdote boloñés Giulio Belvederi, arqueólogo y hombre de profunda espiritualidad, llamado a Roma por el Papa Pío XI para la construcción del Instituto Pontificio de Arqueología Cristiana, de las casas custodias de las catacumbas que se abrieron al público, y para acercar a los cristianos a estos testimonios de la fe primitiva y revivirlos en la caridad.

Dio a sus hijas, como guía de vida, la regla benedictina como la más fiel al espíritu del Evangelio y a la vida apostólica en su sencillez. La oración y el trabajo, la vida centrada en la alabanza a Dios en la celebración de la Misa y del Oficio Divino; el trabajo al servicio de la Iglesia realizado en la casa religiosa en la humildad y la alegría de una vida verdaderamente fraterna.

Las benedictinas de Priscila gestionan la afluencia de visitantes a la catacumba, cuidan el aspecto histórico y científico del lugar durante la visita, pero sobre todo su valor religioso como lugar sagrado y santificado por el testimonio heroico y a veces cruento de los primeros cristianos, que expresan aquí su fe en estas sencillas pinturas, que no tienen grandes pretensiones de valor artístico sino sentimentales y catequéticas. Las benedictinas guían a los visitantes hacia la catacumba, dándoles la oportunidad de tocar con sus propias manos la fe que animó a las primeras comunidades cristianas.

Fieles al espíritu del Concilio Vaticano II, las Benedictinas ofrecen a todos los creyentes de diferentes denominaciones un lugar de encuentro y comunión fraterna. Las iglesias hermanas peregrinan a la catacumba para redescubrir las raíces de una fe común.


Tomado del portal Vatican News