Etgar Keret: el hombre bala de la literatura israelí

Foto: Mauricio Moreno/EL TIEMPO

Conversación con uno de los autores más importantes de la literatura hebrea moderna. 

Por: Juan Camilo Rincón*

EL TIEMPO

Egar Keret no le tiene miedo a la literatura porque a los escritores imaginarios que viven en su cabeza les han apuntado con un arma para obligarlos a contar un cuento. Son aquellos que le relatan al oído la hoja y media que escribe para abofetearnos sin sutilezas. Y es que su literatura no es para lectores débiles de corazón; es, más bien, para aquellos que saben conducirse estoicamente frente a un cadáver sin cabeza.

Este maestro, considerado uno de los máximos exponentes de la narrativa moderna en hebreo, es un escritor al que dan ganas de leer y leer durante horas, pues sobresale en un mar de letras fáciles y libros comunes.

Keret nos empuja a repensar lo que creemos ser, a ver la realidad desde otro lado menos cómodo, más complejo, a releer una cotidianidad que no lo es. Sus más recientes libros en español, La penúltima vez que fui hombre bala, y De repente un golpe en la puerta (editorial Sexto Piso) son escritos desde la universalidad de las situaciones oscuras con el toque perfecto de un ritmo vertiginoso. Tiene un sabor a Arreola, Arlt y Cortázar, haciéndonos sentir que las historias ocurren en el apartamento de al lado.

El multifacético Keret, además de cuentos, ha escrito guiones, y su obra Medusas ganó el premio Cámara de Oro a la mejor ópera prima en el Festival de Cannes.

En entrevista con EL TIEMPO, nos lleva en un recorrido por su proceso artístico y su obra oscura, sarcástica y paradójica.

¿Por qué son tan necesarios en sus cuentos el humor negro, los enanos y las cabezas que alguien encuentra por ahí?

No es humor negro; es la historia la que es oscura, y el humor la aligera un poco. El humor es la mejor manera de lidiar con situaciones oscuras. No es que yo encuentre alegría o placer en cosas violentas o abrumadoras, sino que a veces el humor es lo que permite que esas situaciones sean tolerables y asequibles; es básicamente una manera de protegerse ante la realidad que nos rodea.

Dicen que el humor judío viene de los tiempos de la diáspora, una época en que los judíos no pudieron cambiar la realidad circundante porque eran un eslabón muy débil de la cadena, y entonces usaron el humor para protestar contra la realidad y defenderse en su contexto.

Por ejemplo, un típico chiste -que no debería ser cómico- dice que un judío va caminando en Rusia por una acera muy estrecha y el pavimento está lleno de lodo; se cruza con un cosaco que le dice: “No voy a caminar por el lodo a causa de un imbécil miserable”; el judío se baja del andén y le dice: “Mira, qué curioso, porque yo lo hago todo el tiempo”. En esta historia el judío termina con su pantalón lleno de lodo, pero con la respuesta que le dio al cosaco, logra algo de dignidad.

¿Hay alguna influencia de autores de América Latina en su obra?

Si tengo que escoger una gran influencia, es definitivamente la de Julio Cortázar. Lo amo porque siento que no escribe desde su mente consciente, sino desde su inconsciente. Cuando yo escribo, nunca sé lo que va a pasar en mis relatos, es la historia la que me controla, y tengo la misma sensación cuando leo los relatos de Cortázar.

¿A qué autores de la literatura colombiana ha leído?

A Gabriel García Márquez, por supuesto. Si hay algo que aprendí de su realismo mágico, es que uno puede salirse de la realidad sin hacer un gran alboroto al respecto. Usualmente, cuando la fantasía entra en los relatos, lo hace con mucho bombo y platillo, pero con él aprendí que no es necesario y que puede ser simplemente una extensión de lo que consideramos como real.

¿Cuáles son los libros que lo han derrumbado o que le han hecho replantear su escritura?

Cada buen libro te enseña algo bueno sobre la escritura. El territorio de la imaginación es infinito, pero usualmente nos confinamos en espacios de imaginación más reducidos. Lo que hacen algunos libros es derrumbar las paredes de esos recintos estrechos de la imaginación y mostrar que sus derroteros son mucho más vastos. El escritor que más me ha influenciado es Kaf-ka, y los que me han enseñado la maestría del cuento corto son Isaac Pavel, John Cheever y Raymond Carver.

En algunos de sus cuentos hay alusiones políticas directas y, a la vez, sutiles. ¿Cómo logra poner los temas políticos sobre la mesa sin ser panfletario?

Hay algo terrible en la política y es que trata de reducir el mundo haciéndolo simple, instrumental y mecánico: ‘Vota por esta persona’, ‘ve en contra de esta otra’. En la política no me importan los aspectos concretos. Si veo una persona en una manifestación con un letrero, no me importa lo que dice el letrero sino cómo lo sostiene, su postura, si está hecho de cartulina, cómo está escrito, qué colores usó. Me interesa más el espectro en el que suceden las dinámicas políticas que las expresiones puntuales y concretas. Por ejemplo, cuando yo era joven, mucho antes de tener ideas políticas claras, prefería las demostraciones de la izquierda porque, mientras en la derecha había hombres fascistas peleando y gritando furiosamente, en la izquierda siempre había chicas guapas.

Pero si les preguntas a los que venden gaseosas, por ejemplo, te dirán que prefieren la derecha porque la izquierda es más consciente de su salud y toma agua, mientras que los de derecha toman cerveza y gaseosa, y eso es bueno para el negocio. A veces trato de escribir historias sobre esa parte de la realidad, y no sobre las consignas o proclamas políticas que las personas gritan en las manifestaciones.

Uno de sus personajes le pide a un escritor que cree un cuento, pero no reciclando la realidad sino usando la imaginación y a la inventiva. ¿Es ese el estado de la literatura hoy en día, un reciclaje de historias ya contadas en vez de nuevas creaciones?

Creo que siempre hay una tensión en la literatura entre la corriente romántica y la corriente clásica. El que escribió una tragedia griega o una telenovela en Argentina no trata de inventar algo nuevo, sino de escribir una historia y contarla de una manera diferente y mejor. Existe el otro enfoque, que es contar una historia que jamás ha sido contada.

Vivimos en tiempos en los que muchas miradas coexisten en un mismo tiempo y espacio: hay versiones tecnocráticas y también visiones románticas de la realidad. Por ejemplo, creo que las películas estadounidenses más taquilleras, las de los superhéroes o las adaptaciones de libros importantes, tienen un enfoque más clásico, pues cuentan historias donde ya sabes lo que va a pasar, pero te interesa saber cómo se cuenta y se desarrolla la historia. Esto puede tener un diálogo con la tradición griega o con la historia.

Es el caso de las muchas versiones sobre el Titanic o lo que ocurrió en Chernóbil, como nos lo mostró una serie recientemente. Si vas a ver Titanic o Star Wars, no esperas un elemento sorpresa, ya sabes lo que va a suceder, pero esperas que el tránsito sea espectacular. En cambio, cuando vas a ver una película como Roma, de Alfonso Cuarón, entras en un espacio en el que no sabes qué va a suceder ni qué tipo de emociones vas a sentir.

¿Cuál es la diferencia sustancial entre sus primeros cuentos y los más recientes?

Comparar mis cuentos más recientes con los primeros que escribí sería como comparar mi yo actual con mi yo de antes. No puedo decir que ahora soy mejor que antes, puedo decir que soy diferente. Creo que, cuando era joven, mucha de la fuerza y energía que tenía venían del hecho de que no era muy reflexivo sobre quién era yo, y no trataba de entender el mundo, sino de someterlo.

A veces extraño la pasión y la habilidad para enfrentar mejor la vida sin pensarlo mucho y sin darle muchas vueltas. Pero me gusta la habilidad que tengo hoy de reflexionar más y de ver un mismo asunto desde diferentes ángulos al mismo tiempo. Lo que sí es seguro es que lo peor que podría haberme ocurrido, no solo artísticamente, sino como ser humano, habría sido permanecer como la misma persona.

Hoy, uno ve a rock stars famosos de los años 60, estrellas del heavy metal cantando: ‘Oh, sí, nena, chúpamela’; eso estaba muy bien cuando tenían 25 años, pero a sus 75 siguen cantando lo mismo, y ya no funciona. Me parecería más interesante que a los 75 cogieras una guitarra eléctrica y cantaras sobre una cita con el doctor o que contaras que sufres de estreñimiento. El arte es uno de los antídotos más eficaces contra el anquilosamiento. Si uno se estanca, pierde uno de los elementos esenciales del arte, que es la capacidad de estar siempre atento a cómo te sientes en cada momento.

Como escritor, como espectador, como lector, ¿qué herramienta piensa que traduce y expresa mejor ‘las cosas primarias’ de la vida: el cine o la literatura?

Lo que más me gusta de la literatura y que la hace única es que el escritor y los lectores siempre colaboran creando el sentido de la historia. Esta nunca existe realmente en las páginas del libro, sino que se construye en la psique y la comprensión del lector.

Tengo una historia, Crazy glue (Pegante loco), que tuvo dos adaptaciones cinematográficas diferentes. Una de ellas es una comedia romántica, y la otra se convirtió en una película de terror. Un lector se encontró con una historia sobre relaciones que lo hizo sonreír y sentir bien, y a otro la misma historia le produjo ansiedad y lo llevó a un lugar oscuro. Esto tiene que ver con sus biografías mentales y la manera como ven el mundo, lo cual los llevó a procesos de interpretación diferentes.

Pienso que la lectura de una historia es como preparar un coctel: como escritor, pongo sobre la mesa un jugo de naranja; algunos lectores le agregarán agua con gas y otros le pondrán vodka, y eso provocará dos experiencias completamente diferentes con el mismo objeto que estaba sobre la mesa. Una película puede ofrecerte experiencias emocionantes, pero estando en la audiencia tienes un rol pasivo, eres más un observador que un colaborador o un participante. En el cine, el guion es el libro, el director es el lector, y como espectador estás escuchando una lectura en voz alta, pero no tienes la posibilidad de intervenir en esa materia prima.

Juan Camilo Rincón*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
** Periodista cultural, escritor e investigador literario. 


Tomado del diario EL TIEMPO