Joaquín Sabina: una voz sin maquillaje

Foto: EFE

El libro ‘19 días y 500 noches, Sabina fin de siglo’ analiza el éxito del disco más popular del cantautor

Por: Alejandro Fernández

EL PAÍS (ES)

La portada de 19 días y 500 noches (1999) iba a ser una caja de Ducados con el nombre de Sabina sustituyendo al de la compañía de tabaco. “No se pudo publicar porque era demasiado malote para Ducados, para Tabacalera, y decían ‘Es que se va a morir cualquier día y se van a creer que es por fumar Ducados”, comenta el entonces director de la discográfica que publicó el álbum, Carlos López, en 19 días y 500 noches, Sabina fin de siglo (Efe Eme, 2019), el libro que ha escrito el periodista Juan Puchades.

En vez de eso, la portada terminó siendo una fotografía que el músico tenía colgada en el salón de su casa, recuerdo de una sesión para el suplemento dominical de un periódico. Sabina fin de siglo es un libro que profundiza en el proceso de producción y describe el entorno del cantante durante sus años de más éxito. Y apunta a su pasado más directo como la primera clave para el nacimiento del disco: la decepción que supuso su etapa de colaboración con Fito Páez.

“Es un disco de cocaína”, observa Puchades, que describe los meses que duró la composición y grabación de 19 días y 500 noches como una rutina de “café, whisky y coca”. Durante el proceso de grabación en El Cortijo, un estudio en la Sierra de Ronda (Málaga), Sabina se levantaba a mediodía, leía los periódicos y ya por la noche se encerraba a cantar con Antonio Oliver, coautor de cuatro de las canciones. “Antonio Oliver participó mucho en este disco. En estar a mi lado, en corregirme, en saber lo que quería y en pasarse la noche conmigo, él metiéndose más rayas que yo, de hecho, tiempo después se murió”, recuerda Sabina en el libro.

En El Cortijo, se centraron en capturar la voz del cantautor sin artificios. “Venían de un contexto en el que a todo se le metía efectos, reverbs. Eran sonidos un poco industriales, fríos”, explica Puchades. El productor que eligió Sabina para el disco, Alejo Stivel, decidió hacer lo contrario: grabar la voz de Sabina al desnudo, sin decoración. “En general todo el disco fue simplificar, quitar maquillaje no solo de la voz, también de los instrumentos. Todo eso son méritos de Alejo”, observa Sabina en otro fragmento.

La sencillez de la producción se une así a la lucidez de las letras. “Sabina está pegado a la calle”, dice Puchades, que apunta a Roberto Goyeneche, El Polaco, o Georges Brassens entre los cantautores con más influencia en esta obra. “El Polaco es un decidor, como Sabina: más que cantar, dicen. Utilizan unas formas muy naturales”, explica el periodista musical.

El estilo del compositor de Úbeda es entonces otra de las claves del éxito: es un álbum que une a dos generaciones. Por una parte, los seguidores que sintonizaban con el cantautor desde su etapa en La Mandrágora; por otra, una nueva generación nacida en los ochenta. “Es un maestro para mezclar realidad y ficción, que es lo que hacen los grandes novelistas y creadores”, apunta Puchades. Las referencias, las frases hechas, las metáforas y las paradojas engranan las canciones de su discografía.

Una vez compuesto y grabado, proceso que duró algo más de un año, llegaron los obstáculos de la discográfica. Aunque el álbum incluía en un principio 23 canciones en un CD doble, Ariola redujo la propuesta inicial a un único disco con 13 temas, dos más en la edición argentina, muestra del vínculo que une a Sabina con este país.

“Cuando un artista tiene 45, 46 o 48 años y los discos empiezan a descender en ventas, no sabes hasta qué punto está consolidado”, cuenta el director de Ariola, que además apunta: “Cuando llegó el disco, yo pensé que era el cambio para pasar a los varios de cientos de miles de ventas. No era un disco hecho para la gente de su generación, sino para la siguiente generación”.

Juan Puchades, que ha entrevistado a Joaquín Sabina y a las personas que participaron en la gestación del disco, apuntala el fervor que acompaña al ganador de dos premios Ondas: “Es admirable el personaje que ha construido, el tipo mujeriego y aventurero, lleno de vida, que conocemos todos, cuando en el fondo es un tío que no salía de su casa”. La llave de su casa en el barrio madrileño de Anton Martín la tenían todos sus amigos.


Tomado del portal del diario EL PAÍS (ES)