‘La clase empresarial en Colombia está ausente y eso hace mucho daño’

Foto: Kena Betancur / AFP

Luis Alberto Moreno, presidente del BID, habló tras la conmemoración de los 60 años de la entidad.

Por: Ricardo Ávila

EL TIEMPO

Fue una celebración sobria, lejos de las reuniones multitudinarias usuales que convocan a delegados de las más diversas latitudes. Aun así, la conmemoración que hizo la semana pasada el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de su aniversario número 60 sirvió para repasar no solo lo hecho por la entidad, que cuenta con 48 países socios dentro y fuera de la región, sino para mirar algunos de los temas más urgentes de esta parte del mundo.

Sobre esos y otros asuntos, EL TIEMPO habló con el presidente del BID, Luis Alberto Moreno. A escasos meses de dejar el cargo que ocupa desde 2005, mira hacia la asamblea anual de Barranquilla, a finales de marzo próximo, donde comenzará a despedirse antes de entregar el cargo a un sucesor que no se vislumbra.

Han pasado seis décadas desde cuando el Banco se creó y América Latina sigue sin encontrar el camino…

Me parece que hay una implicación de que seguimos en las mismas, y eso no es cierto. Le voy a dar unos pocos datos. En 1959, uno de cada tres latinoamericanos no sabía leer, la esperanza de vida era de 57 años y menos del 3 por ciento de los hogares contaban con una línea de teléfono. Hoy la realidad es muy diferente: el analfabetismo casi desapareció, estamos cerca de los 75 años de esperanza de vida y la cobertura móvil es prácticamente universal. Lo que vemos es una zona en la que prima la clase media, con gente mucho más educada y más próspera que la generación de sus padres o sus abuelos.

Aun así, no vamos por buen camino…

Si la afirmación se refiere a la economía regional en 2019, claro que no. Este año, el crecimiento promedio apenas va a ser del 0,5 por ciento, debido a que las cosas en las naciones más grandes no van bien, aparte del retroceso de Venezuela, que es una verdadera tragedia. Chile, Perú y Colombia andan mucho mejor, aparte de otras naciones de menor tamaño que se expanden todavía más rápido. Generalizar es injusto, hay que ampliar el lente. En lo que va del siglo, le hemos ganado mucho terreno a la pobreza, lo cual trajo una variación estructural muy positiva.

¿Por qué ese menor ritmo?

Lo primero es que el entorno internacional se ha complicado por cuenta de situaciones como la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Lo segundo es que hay una larga lista de reformas que no se hicieron a tiempo. En la época de la bonanza de precios de los bienes primarios se perdió el sentido de urgencia. Y ahora, que hay más estrecheces, el espacio político es mínimo.

¿Cuál es la salida?

El diagnóstico es claro: tomar medidas para mejorar productividad y competitividad, aumentar la calidad de las instituciones, trabajar en favor de la transparencia y ganar legitimidad. Eso pasa por algunos de los puntos tradicionales en los que nos enfocamos, como pobreza, infraestructura o capital humano, pero también por desafíos nuevos. Me refiero a adaptación al cambio climático, migración, apoyo al sector privado o el cierre de la brecha tecnológica.

¿Qué le quita el sueño?

El populismo, sin duda. Eso de vender soluciones fáciles y hacerle creer a la opinión que se puede gastar plata a manos llenas sin contar con las fuentes adecuadas es muy peligroso. No hay duda de que este, ahora, es un fenómeno global y tanto los líderes de derecha como de izquierda han caído en la trampa. Algún día nos daremos cuenta de que el mejor doctor no es el que le dice a uno que está perfectamente de salud a pesar de que los exámenes muestren otra cosa, sino el que cuenta la verdad y trata de curar los males. Por eso es tan importante que los ciudadanos se involucren más en la política y piensen más con la cabeza que con el hígado.

¿El BID puede ayudar?

Nosotros asesoramos a los gobiernos para que tengan mejores políticas y prestamos dinero a proyectos con impacto social o económico, que estén bien estructurados y sean sostenibles. Somos técnicos en los análisis y tenemos altos estándares que garantizan que el oficio se hace correctamente. Hemos aprendido de nuestros errores. Para eso también sirve haber cumplido 60 años.

¿Es optimista respecto a América Latina?

Muchísimo. Lo digo porque he visto incontables casos de éxito, de mejora en la calidad de vida, de ciudades mejor administradas, de aplicación de conocimientos que nos hacen una de las despensas del mundo, de jóvenes más preparados que desean hacer las cosas de manera distinta. Hay baches y retrocesos a veces, pero minimizar la capacidad de los latinoamericanos para salir adelante es un error.

¿Qué va a pasar con Venezuela?

Obviamente que no lo sé. Lo que tengo claro es la crisis humanitaria que continúa y la necesidad de reconstruir esa economía con apoyo internacional, cuando llegue el momento. Por ahora, lo más destacado es la solidaridad que he visto en la región, al acoger a tanta gente que salió de su país sin nada. Lo de Colombia es admirable.

¿Si cambia el régimen, cree que los venezolanos se van a devolver?

La experiencia de otros sitios y las encuestas entre la población que emigró sugiere que una buena parte acaba asentándose y echando raíces en el lugar en que se instaló. Eso no es malo, así provoque tensiones ocasionales. Múltiples estudios muestran que la economía receptora tiende a crecer más rápido, y en este caso está llegando una fuerza de trabajo joven con buen nivel de educación y ánimo de emprender. Si las condiciones actuales de Venezuela cambian para bien, algunos retornarán, pero quizás serán menos de lo que se piensa.

¿Cómo ve a Colombia?

Lo primero que debería señalar es cómo ven a Colombia otros países o los inversionistas extranjeros. No es por patriotero, pero la verdad es que la opinión es buena. Nuestra economía es sólida, crece por encima del 3 por ciento anual y está bien manejada. Los capitales siguen llegando, cuando de otros lados se han ido. Eso no pasa porque nos consideren buenas personas, sino porque es un buen sitio para hacer negocios.

¿Y usted cómo la ve?

La veo mucho mejor que los colombianos, sin duda. Me sorprende el ruido que hay en las redes sociales, la polarización, el nivel de controversia en el escenario político y la incapacidad de ponernos de acuerdo en asuntos elementales. Al mismo tiempo, hay una cantidad de gente haciendo cosas extraordinarias, que se dedica a lo suyo.

¿Eso es bueno o malo?

Es el resultado de que gran parte de la sociedad no se reconoce en la intolerancia que identifica a varios dirigentes o en la incapacidad de la clase política para entender que debe cambiar y limpiarse por dentro, porque está jugando con fuego. Lo que legitimaría a instituciones como el Congreso sería hacer su trabajo, demostrando que piensa en el bien común y no en el particular.

¿Cómo evalúa a la clase empresarial?

Ausente, y eso hace mucho daño. Hay dirigentes gremiales que hacen su oficio, pero eso no es lo mismo que tener personas que sean la cara visible de las compañías que manejan. Sobre todo porque extraño el mensaje de que el sector privado entiende que su responsabilidad va mucho más allá de pagar impuestos y dar utilidades. En Estados Unidos, los líderes de las compañías más emblemáticas cambiaron su discurso para decir que están comprometidos con la sociedad en que operan. En Colombia falta algo parecido. El bajo perfil es cómodo para muchos. El lío es que no sirve.

Estuvo con Iván Duque en Nueva York y Washington. ¿Cómo cree que le fue?

Por cuenta de este trabajo he visto a tantos presidentes y jefes de gobierno en escenarios públicos que ya perdí la cuenta. Puedo decir con toda seguridad que el presidente Duque hace muy bien el oficio y causa la mejor impresión: es lúcido, serio, conocedor de los temas. En EE. UU. le fue muy bien, como señalaron medios de prensa locales. Asumió un liderazgo regional que nadie más ocupa y va desde temas ambientales hasta de seguridad.

En las notas de prensa o las redes, pocos lo ven así…

Nunca hemos dejado atrás esa creencia de que si un funcionario viaja al exterior es porque está de paseo. Lamentablemente en el país se impuso la costumbre de demeritar a nuestros dirigentes hasta el cansancio, con lo cual nos volvimos destructivos e incrédulos. Y eso es una gran injusticia. Cuando digo que a Duque le fue bien no es porque me lo contaron. Es porque lo vi.

¿Él le pide consejo?

Ni me lo pide ni se lo ofrezco. Como lo conozco tan bien, sé de sus capacidades. Le tengo un gran respeto profesional, aparte de un enorme aprecio personal, y creo que está bien enfocado en lo que quiere hacer. Valdría la pena que aquellos que lo atacan a veces tomen distancia y entiendan que, más allá de las diferencias ideológicas o políticas, se trata de una persona decente que trabaja cantidades y quiere hacer las cosas bien. Se merece mucho más respeto del que muchos de sus opositores le conceden.

Resurge la pregunta sobre si usted se ve con futuro en la política colombiana, al dejar la presidencia del BID

La respuesta es la misma de siempre: no tengo aspiraciones políticas personales y no soy candidato a nada. Voy a terminar mi labor aquí y después veré cómo me gano la vida. Eso no me impide ni me impedirá hablar sobre Colombia, desde la distancia. Recuerde que el refrán dice que de lejos se ve más claro.

Ricardo Ávila
Analista sénior de EL TIEMPO


Tomado del portal del diario EL TIEMPO