La hazaña de Colin O’Brady: cruzar la Antártida en solitario, sin asistencia y sin ayuda del viento

Foto: Colin O’Brady

Colin O’Brady, uno de los dos atletas que competían por convertirse en la primera persona en cruzar la Antártida sin apoyo, publicó esta foto en Instagram en el día cincuenta de su recorrido.

Por: Adam Skolnick

The New York Times (Es)

Los kilómetros finales de una competencia de casi dos meses a través de la Antártida —un esfuerzo solitario marcado por días largos, noches cortas y una gran resistencia— terminaron el 26 de diciembre con una carrera corta hacia la línea de meta.

En la que podría ser recordada como una de las hazañas más impresionantes en la historia polar, el estadounidense Colin O’Brady, de 33 años, recorrió, en una jornada de 32 horas sin dormir, los últimos 124,78 kilómetros de su viaje de 1482 kilómetros para cruzar la Antártida, y convertirse en el primer atleta de la historia en recorrer la Antártida de costa a costa en solitario, sin asistencia y sin ayuda del viento.

Por sí sola, la hazaña transcontinental de O’Brady, la cual en realidad le tomó un total de 1499 kilómetros con algunos zigzags a lo largo del trayecto, ya era extraordinaria; pero al haber completado los últimos 124,78 kilómetros en un solo intento —en esencia un ultramaratón durante el día 53 de su travesía— elevó aún más los estándares para cualquiera que intente superarla.

“No lo sé, me invadió una sensación”, dijo O’Brady en una entrevista telefónica. “Simplemente me sentí enfocado en las últimas 32 horas, como en un estado de inmersión profunda. No escuché nada de música, me sentía concentrado, sabía que no iba a parar hasta terminar. Fue algo muy profundo, hermoso, y una manera increíble de terminar el proyecto”.

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En los casi dos meses de su carrera en solitario, O’Brady solo se tomó un día libre: el 29 de noviembre, perdió una piel de foca de su esquí y se vio obligado a montar su campamento más temprano, volver a pegar la piel y recuperarse.

El esfuerzo titánico de O’Brady se suma a los logros más excepcionales en la historia de la exploración polar como las expediciones que encabezaron Roald Amundsen de Noruega y Robert Falcon Scott de Inglaterra, quien luchó contra Amundsen para convertirse en la primera persona en llegar al magnético Polo Sur. También está la magnífica travesía de Borge Ousland en 1996-1997, quien fue el primero en cruzar el continente solo y sin asistencia… aunque tuvo la ayuda de una cometa.

Desde entonces, al menos otros tres han intentado repetir la hazaña de Ousland sin cometas, lo cual implica un aumento del riesgo y una reducción de varios grados en el margen de error. Cuando O’Brady llegó a la meta en los albores de la tarde del miércoles, en el día 54 de su viaje, se convirtió en el primero en coronar con éxito la exigente carrera.

En 2016, Henry Worsley, un inglés que era veterano de las fuerzas especiales, tuvo que ser evacuado del hielo, vía aérea, mientras intentaba recorrer la Antártida de la misma manera y murió a los pocos días. Había recorrido más de 1400 kilómetros y le faltaban menos de 200 para terminar. En 2017, otro inglés, Ben Saunders, renunció a la misma misión en el Polo Sur. El miércoles, otro inglés más, Louis Rudd, de 49 años y amigo cercano de Worsley, también estaba en el hielo.

Rudd había competido con O’Brady desde el llamado Messner Start en la barrera de hielo Filchner-Ronne hasta la barrera de hielo de Ross, ubicada al pie del glaciar Leverett. Los dos aventureros salieron de Punta Arenas, Chile, en Halloween, y el 3 de noviembre partieron del campamento base de Antarctic Logistics & Expeditions (ALE) en el glaciar Unión.

La primera semana, Rudd empezó a ganar ventaja pero O’Brady lo alcanzó el 9 de noviembre y pronto tomó la delantera. Durante varias semanas, su ventaja fue de uno y dos días antes de la carrera final en el día de Navidad.

El último esfuerzo nació de un sentimiento.

O’Brady cuenta que se despertó la mañana de Navidad a más de 2400 metros sobre el nivel del mar, pero sentía que había llegado su momento. Sabía que tenía una ventaja considerable sobre Rudd, y había tenido un progreso sólido desde el 12 de diciembre, cuando llegó al Polo Sur: había recorrido más de 32 kilómetros por día… y, una vez, más de 48 kilómetros. Los cálculos conservadores le dejaban de tres a cuatro días para terminar su viaje, pero O’Brady dijo que comenzó a pensar mientras se preparaba el desayuno.

“Me desperté la mañana de Navidad y comencé a pensar. Me dije: ‘Muy bien, me quedan tres días para terminar. ¿A cuántas horas equivale ese trayecto?’”, pensó O’Brady. “Es común que la gente corra 160 kilómetros”.

Según O’Brady, al principio no compartió esa idea con Jenna Besaw, su esposa y administradora de la expedición. (También guardó el secreto durante su sesión de contacto con el campamento base de ALE, cuando les dijo que se sentía bien y que iba a “esquiar un poco más”). Besaw y la madre de O’Brady, Eileen Brady —quien asesoró al atleta y a su esposa a lo largo de la expedición— esperaban que la jornada de Navidad fuera un día de 64 kilómetros y 16 horas.

La mayor parte del viaje, el atleta se había detenido alrededor de las 20:00, después de doce horas de caminata. No obstante, las últimas dos semanas, habían parado al menos hasta las 21:00. Sin embargo, la noche de Navidad, el reloj pasaba de las 23:00 y no había señales suyas.

En cambio, decidió instalar su tienda de campaña y descansar noventa minutos. Hirvió algo de agua y comió una doble porción de su cena. También se comunicó con su esposa.

“Jenna me envió un mensaje y me dijo: ‘Vaya, 64,3 kilómetros, tuviste un día increíble, deberías detenerte y descansar para que mañana lo hagas de nuevo’”, relató O’Brady. “Y yo respondí que no me detendría. Le insinué algo así: ‘Necesito tu apoyo al cien por ciento. Confía en mí’”.

Para algunas de las personas que seguían su progreso, fue desconcertante que tomara la decisión de presionarse para superar su producción diaria. Bajo el intenso estrés, la línea entre la lucidez y la locura puede ser borrosa, en especial para alguien que ha estado solo durante casi dos meses, que ha caminado varios kilómetros al día y ha batallado contra vientos furiosos, nieve fuera de temporada, visibilidad limitada por la nieve y temperaturas polares.

¿Se podía confiar que alguien en esa situación, exhausto y demacrado, tomara decisiones sensatas?

“Me siento en un estado de fatiga profunda”, dijo O’Brady el 22 de diciembre, cuando pudo ser contactado para una llamada por medio de un teléfono satelital. “Cuando crucé Groenlandia” —un viaje que emprendió a mediados de este año con el objetivo de prepararse para esta expedición—, “bajé un poco la guardia durante la última noche y caí en una grieta donde pude haber muerto fácilmente”.

“Tengo muchas ganas de acabar pero, al mismo tiempo, debo ejecutar bien hasta las cosas más pequeñas y no cometer ningún error estúpido al final”.

Le ayudó el hecho de que su último tramo hacia la meta fuera cuesta abajo. O’Brady mencionó que podía deslizarse en el terreno, lo que le permitió usar sus esquís.

Durante su llamada para reportarse con Besaw; su madre; su hermana, Caitlin Alcott; y su padrastro, Brian Rohter, O’Brady fue bombardeado con preguntas, con el fin de poner a prueba su lucidez: ¿Había consumido suficientes calorías? ¿Se había detenido a hervir más agua? ¿Se estaba reabasteciendo de manera adecuada?

Según Besaw, también intentaron determinar si O’Brady entendía qué faltaba y qué iba a necesitar para llegar al final.

“Tuvimos una conversación abierta, honesta e inteligente con él, y respondió de manera perfecta”, comentó Besaw.

A lo largo de los últimos kilómetros, hizo todo lo que pudo para saborear su triunfo. Por primera vez en semanas, dijo O’Brady, se encontró rodeado de paisajes maravillosos: montañas y glaciares, en lugar de kilómetros interminables de nieve blanca.

“Empecé a ponerme sensible, nostálgico”, admitió. “Recordé toda la expedición en mi mente, y supe que iba a contar esta historia el resto de mi vida, pero me dije: ‘En este momento, estás viviendo esto, ¡vívelo!’. Me puse en contacto profundo con mis sentidos. ¿Cómo suenan los esquís cuando los arrastras en la nieve? ¿A qué sabe el ambiente aquí? Realmente solo intenté vivir la experiencia”.

Tras cumplir con su misión, O’Brady dijo que armaría su tienda de campaña, cerraría los ojos y esperaría a que su rival, Rudd, terminara su propio recorrido en solitario.

“Se me están cerrando los ojos”, comentó O’Brady. “Mi plan es esperar a Lou aquí y volar juntos de vuelta al glaciar Unión”.


Tomado del portal del diario The New York Times (Es)