La última película de Luis Ospina: adiós al realizador caleño

Foto: Archivo Particular

Figura del documental y último miembro del Caliwood, falleció este viernes, en Bogotá, con 70 años.

Por: Andrés Hoyos Vargas- Sofía Gómez G.

EL TIEMPO

Luis Ospina confesó una vez que era amigo de los reconocimientos: “A mí me gustan los reconocimientos cuando son en vida. A mucha gente se los hacen después de muerta, y eso qué”.

Por fortuna, el cineasta caleño fue objeto de varios homenajes a lo largo de los más de 50 años que dedicó al audiovisual y antes de que un cáncer lo venciera tras librar varias batallas.

En salas y museos de Nueva York, Caracas, Santiago, Buenos Aires, Toulouse, Barcelona, Madrid y Cartagena brilló el nombre de Ospina, quien murió este viernes en Bogotá, a los 70 años.

Quizás el de Cartagena fue el tributo más especial. Era el 2016 y se conmemoraban 45 años de Ospina como realizador y fundador del Grupo de Cali –el también conocido como Caliwood–, una amistad que trascendió al cine y la literatura entre él, Andrés Caicedo y Carlos Mayolo.

Ese año, Luis Ospina acumulaba más de cuatro décadas en la película de rodar y registrar lo que le gustaba, lo que ya pasó y a quienes les han generado un interés profundo. Su sensibilidad visual y la capacidad de reinventarse, al pasar con facilidad de la ficción –con dos largometrajes: Pura sangre y Soplo de vida– al formato de documental humano, profundo y muy personal, lo convirtió en un ícono del cine nacional contemporáneo.

Desde Agarrando pueblo (junto a Mayolo), un falso documental en el que criticaba la explotación de la miseria de algunos realizadores; pasando por Unos pocos buenos amigos (1986), acerca de la vida y muerte de su amigo, el escritor Andrés Caicedo; Ojo y vista: peligra la vida del artista (1988), que retoma la cotidianidad de un acróbata callejero, o el retrato muy intenso de Fernando Vallejo en La desazón suprema (2003); hasta el reconocimiento al precursor del collage en Colombia, Pedro Manrique Figueroa, en Un tigre de papel (2007) o Todo comenzó por el fin (2015), cuyo estreno mundial fue el Festival de cine de Toronto y a la postre sería su último gran proyecto en el cine.

Todo comenzó por el fin se gestó como un recorrido de su pasado y de sus peripecias cinematográficas, pero terminó siendo un retrato de su combativa vida detrás de cámara y su gran batalla contra un cáncer de pulmón.

“Yo iba a hacer la historia del Grupo de Cali, un grupo de amigos con los que hicimos cine del 71 al 91 (1971-1991), pero no contaba con que en el proceso de hacer esa película sufriera graves problemas de salud. Me diagnosticaron un cáncer con largo proceso de tratamientos y cirugías. Una situación que también se plasma en el filme”, recordó en una entrevista con este diario, pocos días antes de aquel tributo en Cartagena.

En ese momento –aseguró– que decidió incorporar ese presente en un documental del pasado, “porque juzgué importante lo que me estaba pasando (…) Las cosas cambian cuando uno está cercano a la muerte, eso te lleva a ver la vida de otra manera”. Irónicamente, llegó a pensar que ese documental sería su carta de despedida.

Figura icónica de la cinematografía colombiana con una filmografía que pasa por una treintena de títulos, la mayoría de ellos en el género documental, el trabajo de Ospina recorre épocas y formatos, desde el Super 8 hasta el video digital.

“Siempre fue un realizador con una gran vitalidad creativa e intelectual, eso fue algo de admirar en él. Fue un ser de una eterna juventud en el mejor sentido de la palabra. Siempre se le vinculó con el cine de género y fue un hombre que disfrutó. Hizo parte de todos esos imaginarios que le dejó a Cali, con conceptos como el gótico tropical o esa pornomiseria, en una ciudad que amó y de la que también a veces se burló”, expresó el realizador Jorge Navas (Somos calentura, La sangre y la lluvia), quien fuera su alumno y amigo.

Para Ospina (Cali, 14 de junio de 1949) hacer películas era como abrir una ventana hacia el alma y al pensamiento de un realizador y la visión que quiere dejar. “Yo he sido uno de los guerreros del documental (…) Siempre me he considerado un outsider (fuera del molde) del cine, pero para mí ese mundo es la vida”.

Alma de caleño

Desde mediados de los años 90, Luis Ospina se radicó en Bogotá, pero nunca olvidó a esa Cali que encumbró a un artista que siempre respiró por el séptimo arte.

“Justamente en uno de los capítulos de Todo comenzó por el fin está presente ese regreso a Cali en el que trato de revisitar sitios que ya no existen: el teatro San Fernando, que ahora creo que es una iglesia evangélica; Ciudad Solar (la casa en la que se reunía a filmar con Mayolo y otros amigos) es ahora un inquilinato y el que era mi hogar tampoco está. Es una forma de nostalgia crítica y sentida de ciertas cosas y valores que se han perdido”, evocó Ospina.

Hermano menor del actor y también realizador Sebastián Ospina, Luis se formó como cineasta en la universidad de California (Ucla), en Estados Unidos. Durante su trayectoria no solamente dirigió, también se dedicó a la escritura de guion, la producción, el montaje, la fotografía y la edición. Nunca descuidó un paso del proceso creativo.

“Recuerdo que antes para hacer cine solo se necesitaba una cámara en mano y una idea en la cabeza, pero eso no era tan cierto, porque la cámara costaba mucho. Ahora, todo el mundo tiene una cámara, pero no todos tienen una idea en la cabeza”, explicaba.

Hermético, pero con un tremendo sentido del humor –que no todos le conocían–, Luis Ospina también se paró delante de la cámara: tuvo apariciones breves como intérprete en Agarrando pueblo, Carne de tu carne y La mansión de Araucaima; de hecho, apareció en un pequeño rol en la película dominicana La fiera y la fiesta (2019), dirigida por Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán, que debutó mundialmente en la sección Panorama de la Berlinale.

El último integrante de Caliwood, como llamaban a Ospiba, se desempeñó como director artístico del festival de cine de su ciudad natal, donde tuvo una de sus últimas apariciones públicas, en noviembre de 2018.

“Vivimos tiempos oscuros en todo el mundo, está en manos de mandatarios a los cuales les da lo mismo la verdad o la mentira, el mundo del cine también está en crisis y muchos de los logros que se han alcanzado están en constante peligro”, acotó en su discurso de clausura de la décima edición del certamen en la capital vallecaucana.

Muchas fueron las distinciones que el realizador recibió a lo largo de su carrera: el premio a Toda una vida dedicada al cine (concedido por el Ministerio de Cultura), además de múltiples galardones en los festivales de cine de Oberhausen, Cádiz, Toulouse, Bilbao, Sitges, La Habana, Biarritz, Lima, Viña del Mar, Antofagasta, Caracas, Bogotá y Cartagena.

Precisamente en la Heroica, vivió una de las anécdotas que marcarían su estilo descomplicado. La primera vez que fue al festival, con su amigo Andrés Caicedo, llevaba puesta una camisa esqueleto. “Yo fui pionero en usarlas. Y así subimos al escenario (ya que hacían parte de la delegación colombiana en la gala cinematográfica). Al otro día nos cayeron los periodistas de Cartagena. Con el paso de los años, don Víctor Nieto –el fundador del festival– me tomaba el pelo diciendo: ‘¿Este año sí te vas a cambiar la camisilla?’”.

Jorge Navas define a quien fuera su maestro como un personaje que escapó de los moldes tradicionales como realizador.

“Él trataba de indagar en las profundidades del ser humano (…) Fue una persona que conservó su rebeldía y una posición ante la vida que también se caracterizó por ser nada complaciente. Le gustaba revisar la historia, archivar y generar memoria, un trabajo que se refleja en la aventura de mantener el legado de Andrés Caicedo (junto a Sandro Romero, entre otros), que fue una labor titánica, como su cine”, reflexiona.

Andrés Hoyos V.- Sofía Gómez G.

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Tomado del portal del diario EL TIEMPO