La vida breve, los amigos eternos: biografía del escritor Onetti

Foto: Algunos objetos personales del escritor uruguayo que fueron expuestos en Montevideo. Iván Franco / EFE

En el aniversario 110 de Juan Carlos Onetti, recordamos al uruguayo, faro de plumas de la región.

Por: Juan Camilo Rincón

EL TIEMPO

Qué innecesaria es la seriedad para poder escribir. Carlos Fuentes recuerda que, en una visita que le hizo a Juan Carlos Onetti, este lo recibió en piyama y bata. Su esposa, un poco molesta, sin importar la presencia del escritor mexicano, le gritó: “Dejá el vaso de whisky. ¡Trabajá!”. Sin darle mucha importancia al reclamo, Onetti le pidió a Fuentes que lo acompañara a una casa que quedaba a una cuadra y media. Allí vivía su amante. Al llegar, su compañera no formal le dijo: “Dejá ya ese whisky”.

Sin más remedio, tuvieron que regresar a la casa oficial, donde las reglas eran más laxas. Así era Juan Carlos Onetti, uno de los grandes maestros de la literatura latinoamericana y, valga decirlo, uno de los más irreverentes que ha gestado este continente.

Muy lejos de la formalidad de Jorge Luis Borges, con quien compartía como colaborador en la revista cultural argentina Sur, el uruguayo buscaba divertirse en todas las situaciones, lo que llegó a crear una especie de rivalidad intelectual fundada en comentarios y malentendidos. A Borges, quien siempre se valió de las entrevistas para disparar agudas sentencias, le preguntaron en 1974 a qué escritores latinoamericanos de esa época había leído y, específicamente, si había leído al uruguayo.

El autor de El Aleph respondió: “Lo conozco muy poco… Me acuerdo que era rengo, ¿no? ¿No era rengo?”. Ante la negativa del entrevistador, dijo: “Sí, creo haberlo conocido pero nunca leí nada de él. Creo que ha muerto, además, ¿verdad?”. El periodista le respondió: “No, tampoco. Pero lo curioso es que usted premió a Onetti… en 1941 usted fue jurado del concurso Losada. Onetti salió en segundo lugar con la novela Tierra de nadie, y en el primero, Verbitsky con Es difícil empezar a vivir.”

No sabemos si el olvido fue real o si, como lo afirman los fanáticos borgianos para justificarlo, Borges confundió al uruguayo con un hermano, que también se dedicaba al oficio de la escritura aunque ninguno de los dos era rengo. Años después, superada la confusión, el porteño recordaría: “Me resulta muy bueno. Leí alguna novela y un cuento, hace años, nada más. Pero en la memoria se me fijó como un escritor verdadero. Alguien me hizo decir una vez que Onetti hablaba como un compadrito italiano. Hace poco nos vimos y le pedí disculpas por ese disparate que yo no dije. Él dijo que no tenía importancia. Durante esa entrevista se produjeron largos silencios, tan largos que en medio de un silencio me di cuenta de que Onetti ya no estaba”.

Al final, ambos fueron nominados al Premio Nobel y, además, obtuvieron el Premio Miguel de Cervantes, uno después del otro: el argentino, en 1979, compartiéndolo con el español Gerardo Diego, y en 1980, el uruguayo. Cuentan por ahí que Onetti se acercó a Borges cuando este recibió el reconocimiento y le dijo: “Yo pedí que le dieran el galardón porque usted es de mi familia”. Ante la sorpresa y el escepticismo del porteño, el uruguayo respondió: “Su primer apellido es el apellido mi de madre…”. 

Extraordinaria coincidencia para dos almas geniales y disímiles.

Más al norte está el gran Juan Rulfo, con quien el uruguayo compartía su divertida inteligencia. Con él se encontró en el Primer Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española, llevado a cabo en Las Palmas de Gran Canaria, y del que fue designado como su presidente. Prefirió pasar los días en el bar del hotel con el mexicano, evadiendo el magno evento. Onetti recuerda que, cuando se sentaba en la mesa y veía a Rulfo, siempre le preguntaba lo mismo:

“–Querido Juan, ¿hay Cordillera?

Y tú contestarás que no, también por enésima vez y seguirás embriagándote con la inmortal Coca-Cola, orgullo legítimo de la cultura yanqui”.

Cordillera fue la novela que Rulfo nunca terminó y nos quedó debiendo a todos sus lectores.

De regreso al sur del continente, la remembranza viene de la mano del escritor argentino Julio Cortázar, quien lo admiró desde muy joven. Recuerda haberlo visto por primera vez en su juventud, en Buenos Aires. El encuentro no fue lo esperado, pues le generó desconfianza, “no por opiniones políticas, en las que coincidíamos; no, tampoco, por una subterránea riña amorosa, de la que luego él salió triunfante en París, dejándome la resolabada tristeza de una letra de tango. Desconfié porque yo era arltiano y él parecía un brillante delfín de la revista Sur”.

En una carta dirigida a su amigo Eduardo Jonquières, en enero de 1953, Cortázar le habla sobre El álbum: “Veo que coincidimos sobre el cuento de Onetti. ¡Claro que es bueno! Aurora me cuenta que la mujer existió, que un tipo le contó a Onetti la historia un día en que estaban todos de visita en casa de Vico Rosenthal y la mujer (clínicamente una ‘loca’) se coló en el grupo sin conocer a nadie. El tipo en cuestión le hizo luego la confidencia a Onetti, que la ha aprovechado comme il faut”.

La admiración era mutua y los libros de Cortázar, especialmente los que escribió en París, deslumbraron al autor de Los adioses: “…y siguen haciéndolo cada vez que los releo. Y son muchas veces […]. La literatura nuestra necesita muchas e imprevisibles Rayuelas”.

Agradecido por el gesto de aprobación del que consideraba su hermano mayor de la literatura, le dijo lo siguiente a su editor Francisco Porrúa: “Hablando de Montevideo, tuve una de las mejores recompensas de mi vida: una carta de Onetti en la que me dice que El perseguidor lo tuvo quince días a mal traer. Para mí es como si me lo hubiera dicho Musil o Malcom Lowry, esa clase de planetas.”

Años después, le escribe directamente al uruguayo con gestos de cariño, refiriéndose a la novela Dejemos hablar al viento: “Una vez más encontré todo ahí, todo lo que te hace diferente y único entre nosotros […]. Pasa que una vez más has escrito un gran libro, y lo que parecía irrepetible se repite sin repetirte […]. Qué tipo sos, Onetti. En fin, tu libro lo voy a caminar mucho por las calles de París (ojalá, alguna vez, de Buenos Aires)”.

Su fervor mutuo era asunto reservado; no necesitaban elogiarse públicamente. Cuando el ensayista español José Antonio Maravall, director de Cuadernos Hispanoamericanos, le pidió un texto sobre ‘el flaco Onetti’, Cortázar le comentó a Félix Grande en una carta: “Imposible hacerlo ahora, aparte de que entre Onetti y yo hay un afecto basado en tácitos pactos de silencio, que solo he roto para defenderlo cuando estaba en la gayola”.

En sus últimos años, el autor de Bestiario crea un conjunto de textos sobre la situación política de su país y el Cono Sur, y de cómo los intelectuales deben enfrentar las dictaduras. Gracias a Mario Muchnik nació una recopilación de estos que se encuentra en el libro Argentina: años de alambradas culturales. En él hay un texto llamado El pueblo Onetti, que habla sobre el encarcelamiento del uruguayo por parte del gobierno militar de ese país.

En el texto, Cortázar define a Onetti como un “motivo de orgullo para nuestro continente” y hace un llamado a la liberación de “uno de los más grandes novelistas latinoamericanos de nuestro tiempo”, pidiendo que se unan esfuerzos en Latinoamérica para luchar contra esta ignominia. El argentino escribió una carta pública para ayudar a su amigo a salir de prisión, firmada por Borges, Bioy Casares y Paz, entre otros.

Llegamos ahora al nobel peruano Mario Vargas Llosa, quien en su libro El viaje a la ficción. Un mundo de Juan Carlos Onetti, afirmó: “Acaso en ningún otro autor moderno aparezca con tanta fuerza y originalidad como en las novelas y los cuentos de Juan Carlos Onetti, una obra que, sin exagerar demasiado, podríamos decir que es casi íntegramente concebida para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a la vida verdadera, los seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imágenes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal y como es”.

Al uruguayo también le interesaba la obra del arequipeño. Desde su maravillosa simpatía, Onetti señaló que, como escritores, la diferencia entre Vargas Llosa y él residía en que el autor de La casa verde tenía una relación matrimonial con la literatura, y él, por el contrario, una relación adúltera.

En México también tuvo devotos lectores. El poeta José Emilio Pacheco lo elogió con sentidas palabras: “Onetti ha afrontado valientemente el reto de una época: ha manejado con autenticidad ejemplar los elementos de una decadencia moral alzándonos dramáticamente al terreno de la creación artística y dándole aquello que pudo ser cinismo y pesimismo retóricos el aliento heroico de una genuina desesperación individual”.

De nuevo en el sur, para su compatriota, el escritor Mario Benedetti, cada novela de Onetti “es un intento de complicarse, de introducirse de lleno y para siempre en la vida, y el dramatismo de sus ficciones deriva precisamente de una reiterada comprobación de la ajenidad que padece el protagonista y, por ende, el autor”.

Hoy, a 110 años de su natalicio, lo celebramos leyendo y revisitando su obra, recordando que aquel puerto imaginario de Santa María es territorio mental reflejo de una conciencia humana, patria metafísica como lo son el Macondo de García Márquez y el Comala de Rulfo. Onetti, quien en su juventud fue portero, mesero, billetero de eventos deportivos y vendedor de falsos Picassos, nos entrega en cada página esas armas literarias que nos permiten sobrevivir para esta noche en esta tierra de nadie.

JUAN CAMILO RINCÓN*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

* Periodista cultural, escritor e investigador literario. Autor de ‘Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia’ (2014) y ‘Viaje al corazón de Cortázar’ (2015).


Tomado del diairo EL TIEMPO