Lee Krasner, más allá de la alargada sombra de Pollock

Foto: Lee Krasner, retratada por Irving Penn en 1972, en Springs - © The Irving Penn Foundation

Exposiciones y publicaciones reivindican el protagonismo de la genial artista en el expresionismo abstracto norteamericano

Por: Natividad Pulido

ABC

«Pinté antes de Pollock, durante Pollock y después de Pollock», decía con sorna Lee Krasner, viuda del pintor, harta de tener que responder siempre a preguntas sobre su marido. Y es que su sombra («¿Es Jackson Pollock el pintor vivo más importante de Estados Unidos?», titulaba la revista «Life» un reportaje en 1949) es muy alargada. También lo fueron las de Rodin, Picasso, Diego Rivera, Dalí, Max Ernst, Robert Capa o Man Ray, que en buena medida condicionaron (y en muchos casos cercenaron) las carreras de sus parejas: Camille Claudel, Dora Maar, Frida Kahlo, Gala, Leonora Carrington, Gerda Taro y Lee Miller.

En el caso de Krasner, a la sombra de Pollock se sumaron las del resto de

 expresionistas abstractos norteamericanos: Rothko, De Kooning, Kline, Newman, Still, Motherwell… Pero ella no jugó un papel secundario en este movimiento, sino que fue protagonista y una de las pioneras. Así lo reconocen una retrospectiva en el Guggenheim de Bilbao y publicaciones como «Lee Krasner: The Uncknowledged Equal», un ensayo del crítico Carter Ratcliff, que pone las cosas en su sitio y definitivamente la libera de la sombra de Pollock. Demuestra que éste se llevó injustamente la gloria por innovaciones artísticas que fueron tanto de él como de Krasner.

Hablamos con Barbara Rose, buena amiga de la artista, autora del documental sobre ella «The Long View» y comisaria de muchas de sus exposiciones, como las que le dedicaron en los 80 en Houston, San Francisco y el MoMA de Nueva York (Krasner murió seis meses antes de la inauguración). Recuerda Rose que las presentó John Bernard Meyers, dueño de la Tibor de Nagy Gallery. Ella tenía 20 años. «Pasamos juntas algunos veranos a East Hampton. Para mí era como una amazona, una grandísima artista. Me impresionaban su determinacion, originalidad y generosidad. No había nadie como ella».

Sobre cómo fue la relación artística entre Pollock y Krasner, si hubo rivalidad, celos, competencia, lo niega:«En absoluto. Todo lo contrario, fue una madre y compañera para Pollock. El problema fue el alcoholismo de Jackson. Ella hizo todo lo que pudo para ayudarle, pero estaba demasiado enfermo». Barbara Rose advierte que eran muy distintos: «Pollock era como un cowboy primitivo; Krasner, una mujer sofisticada. Ella se liberó totalmente de la sombra de Pollock. Las enseñanzas de Hans Hofmann fueron la llave para ello. El problema de Lee fue el mismo que el de todos las mujeres, siempre consideradas secundarias. Pero ella no dejó jamás de luchar». Aunque puntualiza que «no se sentía feminista. Se consideraba igual que los hombres». Al fin, dice, se ha hecho justicia con Lee Krasner y ocupa su lugar en la Historia del Arte: «Es una artista de primer nivel, se lo merece».

Lena (su nombre, que cambiaría por Lenore y finalmente por Lee) procedía de una familia judía ortodoxa rusa de Shpikov, cerca de Odessa (hoy Ucrania), que emigró a Nueva York, huyendo de los progromos antisemitas. Ella nació en Brooklyn. A los 14 años tenía claro que quería ser artista. Pasó por varias escuelas, como la de Hans Hofmann. Mujer, judía, artista… No lo tuvo fácil. Inteligente, ingeniosa, aguda, cáustica, divertida, era una conversadora deslumbrante en el bohemio Greenwich Village, donde fue camarera en el Sam Johnson’s, un club nocturno. Amiga de Mondrian, con quien salía a bailar (ambos eran amantes del jazz), admiraba a Matisse y a Picasso. En 1939 vio en la Valentine Gallery el «Guernica». «Tuve que salir de la sala de la impresión. Di cuatro o cinco vueltas a la manzana y volví a entrar para verlo de nuevo».

Dicen que Krasner siempre estaba «furiosa contra el mundo», que te miraba de frente y no te atrevías ni a pestañear. Aunque, paradójicamente, tenía cierta relación de dependencia y hasta de masoquismo con hombres que la humillaban con rechazos, desprecios e infidelidades: su hermano Irving, el pintor ruso Igor Pantuhoff (compañero en la Academia Nacional de Diseño, con quien tuvo una relación sentimental; fue su Pigmalión) y Pollock.

Jackson y Lee se conocieron en 1936 en una fiesta de la Artists Union: charlaron, bailaron… Cuatro años después, expusieron en una colectiva en la McMillen Gallery. Ella no le recordaba, ni sabía cómo se llamaba. Fue a visitarle a su estudio. Su trabajo le impresionó:«Casi me muero. Su obra me aplastó, me derribó, fue como si el suelo se hundiera». Se casaron en 1945. «Al principio me resistí, pero he de admitir que no por mucho tiempo. Me sentí terriblemente atraída por Jackson y me enamoré de él –física e intelectualmente– en toda la extensión de la palabra».

La relación entre Peggy Guggenheim (mecenas de Pollock) y Lee Krasner era muy tirante. Peggy, que le prestó a Pollock 2.000 dólares, gracias a los que pudo comprarse una granja en Springs (Long Island), no quiso participar en su boda («¿no estáis ya suficientemente casados?»). Lee, por su parte, se negó a exponer en la colectiva «The Women» en su galería, Art of This Century: «Peggy no es muy amiga de las mujeres, no le gustan las mujeres». «Era muy celosa», advierte Barbara Rose.

En 1951 la Betty Parsons Gallery celebró su primera monográfica. Conoció el éxito en vida y expuso en los principales museos y galerías. Pero, tras unos años de olvido (vivió el silenciamiento como una liberación), en los 70 su figura fue rehabilitada por el movimiento feminista. En el 72 participó en una protesta contra el MoMA por ignorar a las artistas. Por allí andaba también Louise Bourgeois. «Soy una artista, no una mujer artista, ni una artista estadounidense», reivindicaba Krasner. Desde la monográfica que le dedicó la Whitechapel Gallery de Londres en 1965 no había habido una gran retrospectiva en Europa.

Lucía Agirre, co-comisaria de la retrospectiva en el Museo Guggenheim de Bilbao, subraya su libertad («era una mujer muy avanzada, que rompió con todo»), su deseo constante de aprender, su fuerza y energía vital. Nunca dejó de trabajar. Adoraba el arte. Fue una gran luchadora. Pero no lo tuvo fácil. Las mujeres del expresionismo abstracto norteamericano fueron relegadas, aunque hoy tienen mayor reconocimiento. Krasner, además, no tenía un sello de identidad reconocible. No quedó como imagen icónica y eso también le perjudicó. Se reinventa en cada serie, canibaliza, reutiliza trabajos anteriores… Su obra es muy variada, tiene una riqueza increíble y es lo interesante. En la exposición, cada sala parece de un artista distinto. Pero sí hay un nexo en toda su carrera. Su trayectoria es impresionante».

Fue aplazada por la pandemia, pero el Guggenheim de Bilbao logró salvar esta ambiciosa retrospectiva, que ya pasó antes por Londres, Fráncfort y Berna. «Color vivo», patrocinada por Seguros Bilbao, reúne –del 18 de septiembre al 10 de enero de 2021– 62 obras, muy frágiles, de Lee Krasner. Ahí están sus «Viajes nocturnos», sus «Pequeñas imágenes», sus jeroglíficos… en los que destaca su manejo del color, la exploración de forma y escala… Un trabajo muy ligado a su vida. «Mi pintura es muy biográfica, si alguien se toma la molestia de leerla», decía la artista. En 1956, mientras Krasner está en París, el crítico Clement Greenberg le comunica por teléfono que Pollock ha muerto. Su coche, en el que viajaba con su amante, Ruth Kligman, y una amiga de ésta, Edith Metzger, chocó contra un árbol. Solo se salvó Kligman. Krasner volvió a coger los pinceles. Se trasladó al granero, donde Pollock tenía su estudio. «Pintar no es algo ajeno a la vida. Es la misma cosa. Es como si me preguntan si tengo ganas de vivir. Mi respuesta es sí, y por eso pinto». Padecía insomnio crónico, trabajaba de noche.

Murió el 19 de junio de 1984. Está enterrada en el cementerio de Green River, en Springs, junto a Pollock. Tres meses después, el Metropolitan celebró un homenaje en el que Susan Sontag evocaba «su talento para la amistad, su genuina vitalidad y su carácter abierto a la experiencia». Ya lo advirtió Le Corbusier: «Pollock es como un cazador que dispara sin apuntar. Su esposa sí que tiene talento».


Tomado del portal español ABC