Migrar es una muestra de amor de los padres a sus hijos: Miguel Gane

Foto: cortesía Paco Navarro

El joven poeta y escritor, de origen rumano, habla  de su primera novela: ‘Cuando seas mayor’. 

Por: Juan Camilo Hernández

EL TIEMPO

¿Qué significa perderlo todo? Para muchos es no tener nunca más sus bienes más preciados; para otros, es no volver a ver jamás a personas especiales. Para Miguel Gane y su familia, fue todo eso y mucho más.

Tener que migrar porque no hay nada que comer y porque las oportunidades en su propio país se terminaron implica mucho más que el cambio de ese lugar que llamamos hogar. Muy temprano en su vida, Gane (1993) y su familia abandonaron su natal Rumania para dirigirse a España. El inestable panorama político y económico de ese país en los años 90 desplazó a miles de personas por toda Europa y otros países.

En ese entonces, Miguel no se llamaba así: su nombre era Mihai, y como todo niño veía con temor y curiosidad el nuevo mundo al que se enfrentaba en la parte occidental del continente. Esta transición definió su vida para siempre y lo inspiró para escribir su primera novela: Cuando seas mayor.

Aunque Gane ya se había destacado entre las nuevas generaciones por sus poemarios Con tal de verte volar y Ahora ya que bailas, además de su notable actividad en redes sociales, este salto a la novela supone un viaje mucho más íntimo en su carrera. Es como una carta al niño que abandonó su tierra y que, junto a su familia, tuvo que hacer borrón y cuenta nueva para sobrevivir, como se lo contó a EL TIEMPO.

Empecemos hablando de usted, ¿quién es Miguel Gane, el hombre detrás de ‘Cuando seas mayor’?

Tengo veintiséis años, soy abogado no ejerciente, inmigrante, un tanto idealista, un tanto competitivo. Siempre estoy en una búsqueda continua, soy buen improvisador, empático, tímido, gracioso y siempre, fiel a la literatura.

La novela tiene un poco de todo eso, en especial el tema de la inmigración. ¿Cuál es la propuesta que nos trae con este libro?

Un niño de nueve años cuenta la historia de su familia, inmigrantes rumanos que abandonaron su país y buscaron un hogar en España. El frío, la pobreza, el racismo, pero también la lucha, la valentía, la esperanza y, sobre todo, la unión familiar, son los ingredientes principales.

El comienzo del libro nos muestra una situación que usted menciona y que conocemos bien en América Latina: la pobreza. Cuéntenos un poco sobre ese tema.

El niño de esta historia pierde su infancia en dos fases: primero, en cuanto se da cuenta de que es pobre y después, cuando sufre el primer episodio de racismo. Irse a la cama con el estómago vacío era la más viva expresión de decadencia. Hay un episodio que no se borrará nunca: durante un verano, alguien llevó por primera vez helado al pueblo donde vivía. Un cucurucho costaba 2 leis, moneda rumana, y de todo su grupo de amigos, él fue el único que no pudo comprarlo. Ahí empezó a abrirse la herida. Y esa, en gran medida, es una herida que se profundiza mucho más cuando en la historia se va desarrollando el tema de las clases sociales. ¿Cómo se vive esto desde la óptica del inmigrante?

El personaje tenía la suerte de la inocencia y no lo veía. Se lo tomaba casi como algo natural y no reaccionaba. Cuando la madre de su mejor amigo le prohíbe jugar con él, no reprocha, al contrario, de alguna manera le hace ver que siempre estará esperando a su compañero. Este episodio se traduce, más tarde, a otro idioma. Es decir, la exclusión social del niño por no hablar el castellano. Como es mayor que sus amigos, sufre cuando estos lo dejan de lado en los partidos de fútbol. La herida entonces se abre mucho más.

Existían tres clases sociales: ricos, pobres e inmigrantes. El niño siempre formaba parte de las dos últimas. Desde luego que aprendió una lección importantísima: no tratar a los demás como ellos te tratan a ti, al contrario, hacerlo mucho mejor.

Quizás uno de los ingredientes principales del libro es precisamente esa experiencia vista desde los ojos y la vida de un niño. ¿Cree que en nuestro mundo actual se subestima lo que los niños tienen por decir?

Sí, lo creo. Apenas les escuchamos, no tenemos tiempo para ellos, vemos la vida con los ojos de un adulto y parece que los problemas que los niños plantean no son reales, sino ficticios y simplistas. Pienso que es un gran error. Los niños son los mayores constructores de presente que existe. Les preocupan las cosas pequeñas y esas, pienso yo, son las bases de nuestra sociedad. Debemos escucharles porque aprendemos mucho más de ellos que de los adultos.

En otra ocasión usted afirmó que “al final, ser inmigrante es perder, y lo primero que me quitaron fue el nombre”. ¿Cómo fue ese proceso?

El libro, por si queda alguna duda, es en gran parte autobiográfico. Yo no me llamo Miguel, sino Mihai. El proceso creo que fue involuntario e inconsciente y no le he dado importancia hasta el momento en el que lo escribí.

De un día para otro, tuve que responder a un nuevo nombre, a una nueva identidad. Para jugar, cuando estaba en clase, cuando bajaba a la plaza. Supongo que eso es ser inmigrante, ¿no? Perder la casa, perder la familia, la raíz y el nombre, entre otras tantas.

Usted lo ha dicho antes, ‘Cuando seas mayor’ es en parte autobiográfico. ¿Qué fue lo más difícil de escribirlo?

Enfrentarme a mi pasado. Escribirlo fue volver a traerlo a la realidad. Había que el proceso sería bastante duro y que tenía un cierto componente masoquista. Pero también entendía que algo que duele es algo que cura. Muchos días no tenía fuerzas para escribir y otros tantos, acababa literalmente agotado. A veces me frustraba pensando que a nadie le interesa lo que tengo que contar y sabía que, de cumplirse esa premonición, me iba a doler muchísimo.

A veces, los humanos necesitamos saber que alguien nos escucha. Y ese sentimiento se multiplica mucho más cuando lo que tienes que contar es una herida. Esa inseguridad, de que la mía podía pasar inadvertida, era algo que me quitaba el sueño todo el tiempo.

El nombre del libro nace de la respuesta de un adulto a la pregunta, ¿por qué tenemos que marcharnos? Usted se hizo mayor, ¿siente que entendió lo que debía entender al respecto?

Desde luego que sí. En aquel momento, cuando el niño se entera de que van a abandonar su pueblo, se resiste. Y es natural porque iba a perder lo único que tenía algo de valor en su vida: sus amigos.

La madre lo consuela diciéndole: ‘cuando seas mayor, entenderás por qué nos fuimos’. Ahora mismo, pasados ya algunos años, yo lo entendí. Pero más que ello, debo agradecer a mis padres su valentía. Nos fuimos porque tenía hambre y frío, porque entendieron que si no nos marchabamos, no tendríamos ninguna oportunidad, no tendríamos ningún futuro. Al fin y al cabo, la inmigración es solo una muestra de amor de los padres a sus hijos.

Ese sacrificio es algo que yo voy a reconocer toda la vida como una victoria. A mi manera he tratado de compensarlo y fruto de ello es también mi novela.

En este momento en Colombia muchos inmigrantes pasan días realmente difíciles por cuenta de la pandemia y otros problemas sociales, ¿cuál es su mensaje para ellos?

Creo que, más allá del abrazo a distancia, de la admiración y el profundo respeto que les tengo, no puedo añadir nada más. Yo he tratado de contar mi historia, pero también la de ellos. Es mi homenaje; sin embargo, ahora mismo escribo desde la comodidad de un escritorio en Madrid, con una nevera llena y una vida estable. No sé si tengo derecho a animar a alguien más allá de estas palabras. Los entiendo, sé lo que se siente y no les aseguro que, mañana, la vida sea mejor.


Tomado del diario EL TIEMPO