“¿Qué demonios os pasa a los periodistas en España?”: cómo entrevistar al director de cine más impertinente

Foto: Antón Goiri

Insulta, repregunta, responde cosas que no viene a cuento, se marcha antes de tiempo… El neoyorquino Abel Ferrara es cineasta de prestigio, exdrogadicto, budista y un tipo difícil para ponerse delante de él con una grabadora

Por: Bruno Galindo /Sevilla

EL PAÍS (ES)

Poca broma. Con Abel Ferrara puede pasar cualquier cosa. Un colega iba a entrevistarle hace dos años, a propósito de su retrospectiva en Madrid, pero el director empezó a insultarle y la cosa acabó antes de empezar. Otro obtuvo por toda respuesta sucesivos “¿tú qué opinas?”. Estamos en el Festival de Cine de Sevilla. Tommaso, la nueva película del autor de las legendarias Teniente corrupto, El funeral y The addiction se presenta en la sección oficial.

La cinta retrata brillantemente (Willem Dafoe se encarga de ello) a un director de cine budista, exdrogadicto y exalcohólico que vive en Roma entre ensoñaciones neuróticas y lances promiscuos, con su mujer y su hija de dos años. Un dato: Ferrara (1951, Nueva York) es director, budista, exdrogadicto y alcohólico, vive en Roma y convive con la mujer y la niña que actúan en la película.

Voy a la rueda de prensa para ver qué me voy a encontrar. Ahí está: grandote, puro nervio, aires bukowskianos, dentadura destrozada, echando la bronca a los periodistas: “¿Qué demonios os pasa a los periodistas en España? ¿No os pagan por preguntar?”. Alguien lanza una cuestión sobre la financiación del cine. “Soy director, así que algo haré, aunque sea con esto [su iPhone]. Yo tengo el 6, ¿tú? ¿El 5? Bah, ¡pobre periodista! Y pobre director. ¿Alguien tiene el 11? ¿Tienes un Samsung? Estás monitorizado por el gobierno chino. Necesito una funda nueva, pero ya no las hacen para mi móvil. Ayer fui a la tienda Apple y se rieron de mí: ¿qué hace un gran director como tú con esta mierda?”.

Entre esa rueda de prensa y nuestra posterior cita, Abel –pronunciar Eibel– se bebe media docena de botellas de agua, lía a alguien para que vaya a comprar una nueva funda y engancha a una chica que andaba por ahí, a la que lanza miradas ansiosas durante la entrevista.

Empiezo la entrevista. ¿Es Tommaso una película sobre la masculinidad? “Bueno, va de un tío. ¿Masculinidad en qué sentido?”. Vaya, pronto han empezado las contrapreguntas. Le comento la fragilidad mental del protagonista, su endeble equilibrio entre el bien y el mal, su debilidad ante la decisión femenina y la capacidad violenta como respuesta. “Sí, es un hombre de ahora. La vida moderna, ya sabes. Su sexualidad es parte de su carácter. Y la rabia es su estado predeterminado”. ¿Cómo le cae ese tipo? “Me interesa. Le encuentro cercano”. Habla de él como de un adicto, pero no ha tocado sustancia alguna en seis años. “Un alcohólico siempre lo es. Aunque deje de beber. Cuando la gente tiene suficiente de lo que sea, dice: ‘Ya está’. Yo no puedo. Ser drogadicto es como ser alérgico a las fresas”.

Al otro lado está lo femenino. Por un lado, su mujer: “No, Christina Chiriac no es mi mujer, y tal vez eso es parte del problema. Es mi amante, mi compañera y la madre de mi hija”. Por el otro, en la escena que cierra la película, su hija. “Dijo: ‘Solo haré dos tomas’. Dennis Hopper era igual. Harvey Keitel es igual. El director siempre dice: ‘Hagamos otra toma’. Ellos te preguntarán: ‘¿Por qué?’. Y más te vale tener una respuesta”. Contaría de qué va la escena, pero eso implicaría spoiler. “¡Bah, avisa y spoilea!”. Pues bien, aviso: una niña de dos años grita: “¡Basta!”.

¿Es usted feminista? No lo sé. ¿Puede serlo un hombre? [Mira a la chica: ella dice: “Of course”]. Pues claro. Fui a la universidad durante la primera oleada feminista. Era 1973: Germaine Grier, Betty Friedan, el Black Power, los jipis… Siempre me pregunté dónde había ido eso. Ahora tengo tres hijas; dos, además, son negras. Puta sociedad sexista.

Entra el budismo en la conversación. “No estamos en la Tierra para sufrir. Si lo haces, y yo vengo del ala dura del catolicismo, tío, no estás viendo el mundo desde el lugar adecuado. Lo dijo Mark Twain: ‘Las cosas más horribles en mi vida nunca llegan a pasar’. ¿Mi peor miedo? No me preocupo, sé que la mierda va a llegar. Mientras, medito a diario, pero aún así un día puedo matar a alguien, sé que puedo”. ¿Cómo ve lo que ha filmado? “Como un espectador. Veo en mis películas gente que ya no está; recuerdo tragedias. Es un poco como ver fantasmas. Yo busco que la última película ayude a la próxima. Por eso trabajo con Willem [Defoe]; me ayuda a ser mejor. Oye, ya hemos terminado, ¿no? [Vuelve a mirar a la chica]”. ¡No! Le grito: ¿Ha visto Teniente corrupto, la de Herzog? “No. Respeto a Herzog”. ¡Espere! Quiero preguntarle algo de Scorsese. “Ah, Marty…”. ¿Hablamos de Pasolini? ¿De Dominic Strauss Khan, de la Virgen María, de Christopher Walken? Y, oiga, Abel, ¿qué es ese diablo negro y humeante que le asoma por la espalda?


Tomado del portal Icon del diario EL PAÍS (ES)