Blas Emilio Atehortúa: un estudioso del lenguaje musical

Foto: Archivo / EL ESPECTADOR

El maestro fue compositor, director de orquesta, académico, dueño y señor de un generoso repertorio de cantatas, elegías, música instrumental, obra coral, música de cámara, arreglos y electroacústica.

Por: Jorge Cardona

EL ESPECTADOR

Una semblanza de la vida y obra del antioqueño Blas Emilio Atehortúa (1943-2020) implica sintetizar un testimonio admirable de riqueza cultural colombiana. Desde su nacimiento en un barranco de las montañas de Santa Helena, cuando todos lo dieron por muerto menos su madre de crianza, Gabriela Amaya, que le colgó del cuello una medalla de San Blas para que no muriera ahogado, hasta su talentoso presente, representado en una sólida historia musical de casi siete décadas de creación permanente.

Compositor, director de orquesta, académico, dueño y señor de un generoso repertorio de cantatas, elegías, música instrumental, obra coral, música de cámara, arreglos y electroacústica, el maestro Blas Emilio Atehortúa terminó por consolidar una excelsa obra personal de contrapuntos elaborados o atonales momentos, que representan armonía y ritmo para oídos que admiten su alto valor estético. Un artista, un escritor de partituras, un estudioso del lenguaje musical.

A los 12 años llegó al Conservatorio de Bellas Artes de Medellín y empezó a entender lo que ya exploraba con una armónica y después asumió con unos timbales o como flautista y violinista: la música fluyendo desde su propia libertad y cada instrumento adecuado para ser multiplicado por el cerebro y las manos de un creador nato. Su persistencia lo llevó becado al Centro de Estudios Musicales Torcuato Di Tella, en Buenos Aires, y luego a Nueva York, bajo el auspicio de la fundación Ford.

Era lógico que a un músico de sus condiciones se le abriera el mundo desde su juventud, pero Blas Emilio Atehortúa desarrolló otra vocación inherente a su creatividad: la enseñanza. Una faceta con la que a lo largo de los años devolvió a centenares de aprendices todo lo que le dieron sus maestros: Olav Roots, Alberto Ginastera, Arond Copland y Joseph Matza. De muchos otros heredó conocimiento en su aventura por la vida. Por eso sabe que su destino ha sido retransmitirlo a sus alumnos.

En el Conservatorio de la Universidad Nacional, en la Orquesta Sinfónica de Colombia, en la Orquesta Filarmónica de Bogotá, en Argentina, Chile, Venezuela, Estados Unidos o España. Tan activo para enseñar como pródigo para componer. Un colombiano que se sabe hijo de un comerciante hispano-árabe y una médica bióloga catalana que le dieron raíces sefardíes, pero que se siente muy cómodo como hijo de Gabriela Amaya o Conchita Cujar, las madres colombianas que le ayudaron a ser músico.

En el Cartagena Festival de Música de 2016, a Blas Emilio Atehortúa se le reconoció con aplauso su extraordinaria contribución al vanguardismo musical del mundo. Su técnica y su imaginación para explorar caminos, su enriquecedora visión al momento de integrar notas para violín, violonchelo, piano o percusión, o su naturalidad para moldear sonidos y hacerlos obra maestra representan un patrimonio nacional que se agradece y admira porque se sabe producto de una vida dedicada a entender y compartir el arte musical.


Tomado del diario EL ESPECTADOR