La estrella del pop vuelve con un nuevo álbum, ‘Disco’, donde rinde homenaje a un lugar que le es tan natural como su Australia natal: la pista de baile. Con ella hablamos de pandemia, éxitos, fracasos, noches interminables en Ibiza, aquella inenarrable actuación ante Aznar y Rajoy, de por qué sirve de poco ser una perfeccionista
Por: Guillermo Alonso
Icon / EL PAÍS (ES)
Cuenta Kylie Minogue desde Londres: “A veces todavía me pregunto si esto ha ocurrido de verdad”. Habla, claro, de la pandemia que ha paralizado el mundo y le ha obligado y ponerse las pilas en las labores de producción para grabar parte de su nuevo álbum, Disco –que este viernes sale a la venta en España– en su propia casa. Pero podría estar hablando de su propia carrera, una sucesión de aciertos, fortuna y saltos al vacío que parece demasiado buena para ser verdad. Kylie Ann Minogue (Melbourne, 1968) era una actriz televisiva adolescente que durante una fiesta se subió al escenario para cantar el clásico de Little Eva Locomotion y vio como, una vez publicado en forma de sencillo, llegaba al número uno en Australia. Poco después a aquella cantante novata e ilusionada los legendarios productores Stock Aitken & Waterman le escribieron una canción en media hora, tras olvidar que tenían una cita con ella, mientras esperaba fuera del estudio. El resultado, I should be so lucky, acabó durante cinco semanas en el número uno en Inglaterra, hoy es un clásico de los ochenta y creó un sonido asociado todavía a la artista. Kylie se convirtió en la única estrella de aquella factoría cuya carrera no se apagó una vez llegados los noventa: su determinación por reinventarse la llevó a fichar con una discográfica indie, hacer un dueto con Nick Cave (que afirmó que uno de los mayores éxitos de la cantante, Better the devil you know, tiene “una de las letras de amor más violentas y angustiosas de la música pop”) y ganarse el respeto de la crítica con un par de discos de pop oscuro y melancólico. A comienzos del siglo XXI, en pleno recambio generacional de ídolos y cuando el europop clásico parecía muerto, lo apostó todo de nuevo a él y protagonizó un regreso espectacular con ese tótem contemporáneo que se baila tanto en bodas de provincias como en clubs gays de la gran ciudad llamado Can’t get you out of my head. El pasado año, su actuación en Glastonbury se convirtió en la más vista de la historia del festival. Si su nuevo álbum –un homenaje a la música disco con la que creció en los setenta– llega al número uno en las listas británicas, será la primera mujer que logra esta hazaña en cinco décadas diferentes.
Las dos cosas han ocurrido de verdad: 70 millones de discos vendidos después, Kylie es una de las grandes estrellas del pop de un planeta que este año ha paralizado la pandemia, pero hasta dos hechos tan distanciados se alinearon para que su figura icónica formase parte de uno de los memes más celebrados del coronavirus. En una imagen que se hizo viral el pasado agosto se puede ver una flecha en el suelo junto a un cartel que advierte: “Por favor, guarde un metro y medio (o una Kylie Minogue) de distancia interpersonal”. “¡Lo vi!”, revela la cantante. “Creo que era el suelo de un estudio de televisión en Australia. Me pareció muy creativo. Te diría que yo mido más de metro y medio, pero tampoco voy a buscarle tres pies al gato. Hay que hacer humor de todo esto”.
Hoy leí otra cosa en Twitter que me recordó a usted: “Por mucho que nos mediquemos, no vamos a estar emocionalmente bien hasta que acabe todo esto porque hay cosas que solo se curan bailando con extraños en la oscuridad”. ¿Está de acuerdo? Sí, ¡me gusta esa frase! Las discotecas surgieron como un sitio donde todo el mundo podía ser aceptado. En los inicios de la música disco estaban presentes muchas de las cosas de las que hablamos hoy: inclusión, diversidad, libertad… Parte de la magia de ese lugar es que puedes ser quien tú quieras y mientras la música suene va a cambiar tu energía. Tal vez por eso las discotecas siguen existiendo, porque todavía no han inventado nada que se les parezca.
Esa energía de la que habla, ¿la siente como una responsabilidad cuando canta o compone una canción? Va a influir sobre mucha gente. No era tan consciente de ello al principio, pero con el tiempo, tras recibir miles de mensajes y de encontrarme a gente que me cuenta su historia, es una de las partes más inspiradoras de lo que hago. Pienso a menudo en cómo mis canciones conectan con las personas. A veces puedes llegar a adivinarlo, pero cada uno es tan diferente… Por ejemplo, Say Something [el primer sencillo de su nuevo álbum] pasó por muchos momentos. La escribimos el año pasado, conoció varias versiones a lo largo de estos meses y la terminamos durante el confinamiento. Recuerdo un momento en el que conseguí abstraerme, escucharla desde fuera, y lloré porque me imaginé cantándola en medio de un festival lleno de gente. Me transportó. Soy consciente de la responsabilidad de la que me hablas. No diría que es lo primero en lo que pienso cuando escribo, pero está ahí.
La escribió hace un año, pero la letra y la atmósfera de Say Something describen asombrosamente el mundo de hoy. Le ha salido profética. Creo que cualquier canción forma parte del zeitgeist [el clima intelectual de una época], están por encima de nosotros. Nos enamoramos de ella cuando la escribimos, pero ha adquirido una vida propia, su propio viaje. Es una canción rara, desde luego.
Y más para una época en la que los artistas buscan el éxito inmediato en YouTube y Spotify con una fórmula muy concreta. Da la sensación de que usted sabe perfectamente cómo se fabrica un gran éxito y podría tener uno de nuevo si quisiera pero, simplemente, no le apetece. Creo que olvidarme por completo de las listas de éxitos iría en contra de lo que he hecho toda mi vida, pero sí que he cambiado en ese sentido. En primer lugar, las listas actuales me confunden. No las entiendo. Siempre quieres expandir tu audiencia y deseas que alguien te descubra al escuchar tu canción en la radio del coche, claro. Creo que ya no estoy en el mercado de las listas de singles. Tampoco puedo decir que no piense en ello, por supuesto que quieres que tu canción quede en un buen puesto. Pero no quiero dejarme llevar ni desanimarme. Quiero seguir creyendo en mis canciones, que sean parte de la historia de la gente. No sé cómo se aplica eso a una lista de éxitos, son muy diferentes para mí ahora.
La relación de Kylie con España ha sido intensa en los últimos lustros. Suele incluir a Madrid y Barcelona en sus giras, ha grabado aquí algunos de sus mejores videoclips (como el espectacular Slow, rodado en la piscina olímpica de Montjuic, o Some kind of bliss, una especie de Bonnie & Clyde en las carreteras de Almería) y ella misma, siempre dispuesta a hablar con naturalidad de su vida, añade: “¡He salido con un tío de allí durante años!”. Se refiere al modelo Andrés Velencoso, su pareja entre 2008 y 2014. “Me encanta estar en España. He pasado mucho tiempo en la Costa Brava, es asombrosa. Mi restaurante favorito de Londres es español, lo considero un hogar. Siempre que tengo un problema me voy corriendo al restaurante español y se me pasa”.
También aquí dejó una de sus actuaciones televisivas más virales: usted cantando Better the devil you know frente a seis señores trajeados, impertérritos y aburridos. ¿Recuerda aquello? ¡Sí! Cada dos por tres aparece de nuevo por las redes.
En 1993 la cúpula del Partido Popular de entonces acudió al programa nocturno de Jesús Hermida en Antena 3. En medio del debate, con Aznar, Rajoy, Cascos, Arenas y Botín entre los invitados, Hermida dio paso a la actuación musical de la noche. Era Kylie Minogue. El vídeo de ese momento muestra a una estrella del pop cantando un clásico del dance noventero con una letra de enorme (e involuntaria) carga política involuntaria (“Es cierto lo que dicen, mejor malo conocido”) ante cinco tipos taciturnos que la miran como quien asiste a un funeral. Se vuelve a hacer viral cada poco tiempo y no solo en España.
Era un debate político. Dos de aquellos hombres acabaron siendo presidentes del gobierno en España. ¡Eso es muy gracioso! No lo sabía, pero nunca sabes lo que está pasando. Todo lo que sabes es que estás en directo. Así que actúas y piensas en las cámaras y en los espectadores que están en su casa, no en la gente que te está mirando y no está reaccionando en absoluto. No es la única vez que me ha sucedido algo así. Actué en el palacio de Buckingham hace un par de años y aunque las reacciones no fueron tan serias como las de aquel programa, la gente estaba muy callada: escuchó la canción en silencio y al final aplaudió. Eso te desconcierta. No dejas de pensar: ¿estaré haciéndolo fatal? ¿Por qué no reaccionan? No sé cuánta experiencia tendría en el programa del que me hablas, pero solo miraba los pilotos rojos e intentaba seguir adelante mientras pensaba que aquello era… peculiar.
Hace 10 años actuó en Madrid e hizo un curioso dueto cantando un tema de Miguel Bosé (Como un lobo). ¿Por qué no cantó Miguel Bosé una suya? Usted era la estrella. Creo recordar que fue una sugerencia y me gustó el desafío de cantar la canción de otra persona y en español. Sí, tal vez tengas razón. Hubiera sido bueno hacerlo al revés. Tengo que admitir que tenía chuletas escondidas por algún sitio para acordarme de la letra. Él fue encantador y adorable y recuerdo que el público se volvió loco, así que estuvo bien.
Usted fue habitual de las discotecas ibicencas. Hace poco reconoció en una entrevista: “He olvidado por completo algunas partes”. ¿Puede desarrollarme eso? Eran noches muy intensas. Creo que empecé a ir a las discotecas de Ibiza a finales de los noventa. En general, las noches más divertidas son esas que no planeas, en las que no tenías pensado salir, pero una copa te lleva a otra y luego a un club y luego al siguiente. Te diría que con esa frase estaba intentando ser graciosa, pero hay algo de verdad en ella. Me alegra haber hecho todo eso cuando lo hice. Creo que hay una época perfecta en la vida para quemar las discotecas. No sé, ¿entre los 21 y los 25? Lo hice, lo viví y me encantó.
No circulan historias oscuras sobre Kylie Minogue, todo el mundo la considera amable y dulce. ¿Cómo lo ha conseguido? Cuando me enfado, cuando no estoy contenta, lo saben. Pero intento no crear tensión. No grito, digo las cosas con un tono de voz calmado. E incluso para llegar a ese punto tienes que provocarme bastante. Algunas personas se crecen creando tensión a su alrededor. Yo no soy una de ellas. Me gustan los desafíos, pero no el mal rollo.
Me pregunto si esto tiene un doble filo: ¿teme decepcionar fácilmente a alguien si un día no está a la altura de esa imagen tan bondadosa que la precede? No me gusta decepcionar a nadie, en general. A la vez, debo ser honesta conmigo misma: si ese es el humor con el que me pillas en ese momento… ¡soy humana! Sé que tengo esa reputación y estoy muy orgullosa de ella. Pero no quiero vivir en una burbuja en la que que no tenga derecho a sentir diferentes emociones, a estar enfadada, aturdida o infeliz. Y eso es algo que te encuentras en algunas de mis canciones favoritas, en las que se habla de melancolía. No estoy feliz y burbujeante todo el tiempo, pero me atrevería a decir que sí casi todo el tiempo. Y, sobre todo, intento ser amable. Ahora se habla mucho de la aceptación y de la amabilidad, pero eso siempre ha sido lo normal para mí y trato de alentarlo.
Sobre eso dijo algo muy interesante en The Guardian: “Todo el mundo tiene hueco en mis conciertos. Mucho antes de nuestra sociedad nueva e inclusiva, mis shows ya eran así”. Me encanta esta idea de que el mundo se parezca cada vez más a un concierto suyo. Yo miro a mi público desde el escenario y veo a tres generaciones de todo tipo de personas, desde musculosas a parejas heterosexuales con hijos, gente de todo tipo reunida. Me encanta eso, que las personas se sientan bienvenidas, seguras y libres para ser ellas mismas en mis conciertos.
Como icono gay me interesa su opinión sobre el caso J.K. Rowling y sus declaraciones sobre el género y la transexualidad. Da la sensación de que en la comunidad LGTB, tan asociada a usted y siempre tan unida, empiezan a surgir grietas. Qué complicado, no sé qué responder a eso. Te diría que espero que todo el mundo pueda encontrar su lugar y que la gente debería tener derecho a expresar sus opiniones libremente. Tal vez esa es una de las razones por las que estos asuntos de los que me hablas se convierten en debate, la gente quiere que la escuchen. Todo el mundo tiene su propia historia, su propia travesía y, a veces, las historias de unos y otros no se alinean.
¿Cómo ha hecho para llevarse bien con la prensa y los paparazi durante tres décadas? Apenas puedo recordar un escándalo o una mala cara por su parte en una foto. Oh, ¡yo sí puedo, te lo aseguro! Mi relación con la prensa es bastante buena considerando que llevo mucho tiempo en esto, pero recuerdo momentos en los que no ha sido tan amable. No quiero ser victimista, sé que hay problemas más graves en el mundo, pero es molesto ver que hay un coche continuamente detrás del tuyo. Ya es tenso si eres cualquier persona caminando por la calle, pero más si eres una mujer caminando y ves que un tío cuya cara no puedes ver porque la tapa una cámara salta desde una esquina. Lo más peculiar es que, desde que la fotografía se volvió digital, el recuerdo de aquellos paparazi que tenían que cambiar en tus narices el carrete se ha vuelto tierno. Podías notar cómo se preguntaban: “¿Disparo ahora o será malgastar película?”. Ya era una pesadilla entonces, pero comparado con ahora resulta casi romántico.
Can’t get you out of my head es su canción más conocida, pero me pregunto si a veces se ha hartado de ella. Parece obligada a cantarla allá donde va. Nunca me canso. En todas las giras tengo que buscar una forma de incluirla porque cantarla es como tomarme unas pequeñas vacaciones. Siempre funciona, todo el mundo se la sabe, esa canción es lo que es. Ahora, ¿qué pasaría si tuviese que sacrificar alguna otra por cantar esa? No sé cómo me lo tomaría. Es duro cuando tú tienes tus favoritas y no coinciden con las de tus seguidores. ¿Cuántas veces me han dicho mis fans por Twitter “¡Deja de cantar Kids!”?
Kids, su dueto con Robbie Williams publicado en 2000, fue uno de sus grandes éxitos en el Reino Unido y ella la ha convertido en un fijo de su repertorio que ha cantado hasta con Bono de U2, pero no parece ser la canción favorita de sus fans más acérrimos, que la consideran demasiado cercana al rock de estadio cuando lo que ellos desean oír es pop puro y duro. “Por Twitter me dicen que no la quieren”, se queja, “¡pero luego es uno de los momentos más intensos y ruidosos cuando la cantamos en directo en una gira!”. Es un ejemplo perfecto para definir la peculiar relación de Kylie Minogue con sus seguidores, que se mueve entre la lealtad férrea del creyente y el desencanto de un apóstata al que ya no le atienden las plegarias. Minogue descoloca a cierto sector de sus propios admiradores porque hace gala de una cualidad que no casa con el pop, un terreno abonado con patrones repetitivos y zonas de confort: es absolutamente imprevisible. Tras el éxito masivo de Fever en 2001, que vendió seis millones de copias, volvió en 2004 con un single minimalista que no se podía bailar: Slow. Después, en 2007 y tras superar un cáncer que hizo pensar a sus devotos que volvería con un himno vitalista incontestable, se marcó Two Hearts, una pieza de rock glam que no llegaba a los tres minutos. En 2010 publicó una balada electrónica achispada por un subidón de poppers llamada All the lovers. Después llegaría un disco orquestal. Más tarde, uno country. Ella se toma todo esto con humor. “Me gusta aparecer casi siempre con algo que es arriesgado, algo que la gente no considere adecuado como un primer sencillo. Es como cuando estás comiendo: el primer plato es solo un adelanto para que te vayas haciendo al sabor”.
Cuando le comento que la portada de su álbum Disco –llena de brillos, colorines y absolutamente camp– ha sido recibida con tanto entusiasmo como sorna, responde socarrona: “Parece que ahora todo el mundo es diseñador gráfico”. “A veces no sé qué hacer con estas cosas”, añade. “No puedes satisfacer a todos, y mira que intento hacerlo en la medida de lo posible. Hay canciones que insisto personalmente en poner en mis set lists, porque las adoro, como The One. Hay siempre una media docena de canciones que desde el principio sé que van a estar. En mi última gira fui muy firme con que quería cantar una canción llamada Lost without you. No era un sencillo, no era la más famosa, pero estoy en un momento de mi vida en el que quiero concederme a mí misma algunos caprichos”.
¿Cuál es el momento de su carrera que recuerda con más felicidad? Es complicado elegir. Tras mis primeros años con Stock Aitken & Waterman, en los que yo no tenía apenas poder de decisión sobre la música que hacía, puedo empezar a encontrar cosas que me gustan en muchos de ellos. Diría que Impossible Princess (1998) porque fue muy diferente, la primera vez que hacia algo así. De Golden (2018) estoy muy orgullosa porque me encantó la experiencia, lo amo de verdad. Venía de un periodo de mi vida que no fue feliz en absoluto [entre otras cosas, rompió con su prometido de entonces, el actor británico Joshua Sasse] y pude exorcizarlo escribiendo canciones. Fue muy liberador. Todavía no tengo la distancia temporal para pensar en Disco, pero creo que dentro de unos años miraré hacia atrás y pensaré: “¡Hice casi todo eso en la habitación de enfrente mientras había una pandemia!”.
¿Y cuál cree que podría haber hecho mejor? Kiss me once (2014). Fue un experimento, lo hice casi todo en Estados Unidos, había algunas cosas fantásticas en él y pude trabajar con Sia, a quien adoro. Pero me parece un disco inconexo. Dios, en realidad podría decir esto sobre unos cuantos discos más, ya sea en mayor o menor medida, en los que creo que podría haber hecho muchas cosas mejor. Incluso con este, cuando estábamos rematándolo y decidiendo que ya estaba finalizado, en ese momento de nervios, yo no dejaba de preguntar a todo el mundo: “¿Estamos seguros? ¿Estamos seguros? ¿Estamos seguros?”. Y uno de los jefes de mi discográfica me dijo algo muy bonito: “Kylie, marca un punto en el calendario”. Tenía razón. Este es el disco que haré hoy. Sería diferente en una semana, sería diferente en seis meses, hubiese sido diferente ayer. Así que lo entregué, me dije: “Este es mi punto en el calendario”. En mi vida. De otra manera, jamás terminarás las cosas.
El punto en el calendario le ha quedado bien. Publicar ahora, que no podemos bailar con gente ni ir a las discotecas, un álbum llamado Disco parece una carta de amor distópica. Se ha convertido en eso, sí. Para alguien de mi generación el disco tiene esa cualidad nostálgica. La palabra “disco” es poderosa, solo necesitas decirla y todo el mundo tiene su propia visión, su sentimiento, su recuerdo al respecto. Y ahora se ha convertido también en un deseo, el de poder agarrarnos a alguien que ni conocemos, bailar y abandonarnos.
Antes de despedirnos, Kylie me sorprende poniéndose ella en el papel de entrevistadora: “Ahora quiero hacerte yo dos preguntas a ti”. La primera es curiosidad sobre unos cojines que se adivinan al fondo de mi pantalla (una de sus mil facetas es la de empresaria de productos para el hogar con la línea Kylie at Home). La segunda es: “¿Cómo está el tema de las discotecas y los conciertos en España?”. Se lo explico y escucha con la preocupación de una verdadera embajadora de la causa. Porque lo es. Cuando en el año 2000 publicó Your disco needs you, una de sus himnos más excesivos, coloristas y celebrados y una reivindicación de la pista de baile como terreno sanador y catártico, iba muy en serio. En aquella canción, en perfecto español y tras un estribillo con ecos a Village People y más grande que la vida misma, decía algo que hoy, mientras el ocio nocturno se desangra y desaparece, se revela como una imploración para quien quiera darse por aludido: “¡No falles a tu pueblo / Tu discoteca te necesita!”.
Realización: David St. John James
Tomado del portal Icon del diairo EL PÁIS (ES)