El autor de El guardián entre el centeno J.D. Salinger, un joven que hoy tendría cien años

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Su novela es un fiel reflejo del sentimiento adolescente. Fue best seller y conserva una enorme vigencia.

Por: Patricia Suárez

Diario Clarín (Ar)

Un adolescente, a quien acaban de echar de la escuela secundaria, escribió: “Lo que me alucina son esos libros que, cuando terminás de leerlos, te hacen desear que su autor fuera tu amigo del alma y pudieras llamarlo por teléfono cuando te apeteciera”.

Ese adolescente era Holden Caulfield, el protagonista de El cazador oculto, de J. D. Salinger, el autor que lo logró y que este primero de enero hubiera cumplido cien años. Desde que el libro salió a la venta, en 1951 en Estados Unidos y, diez años después, en la Argentina, se vendieron 60 millones de ejemplares y, por año, se venden 250 mil libros. Fue prohibido, en su momento y, también, fue de lectura obligatoria en las escuelas de los Estados Unidos. Los que le temían, decían que lavaba el cerebro de los lectores y que influyó sobre asesinos como Mark David Chapman, quien -cuando fue detenido por el asesinato de John Lennon- tenía una copia de El cazador oculto en sus manos. Sobre esto, J. D. declaró: “No existen obligaciones legales. No tengo que dar cuenta de nada. No tengo más obligaciones que mi escritura”.

El título del libro fue otro asunto ríspido. La primera versión en castellano (publicada por la editorial Fabril en 1961, en Buenos Aires) fue titulada El cazador oculto. Aunque, en inglés, The catcher in the rye hacía referencia a una posición en el béisbol, al ser traducido literalmente, como se hizo en 1978, El guardián entre el centeno perdía todo sentido. Respecto de este último título, Rodolfo Rabanal explicó en 2001: “El guardián entre el centeno es estrictamente literal porque responde a las cinco palabras del título en inglés, pero esa literalidad no beneficia el sentido, más bien lo oscurece. El guardián es el jugador que, en el béisbol, corre para atrapar a la pelota; si ese jugador se encuentra, de manera figurada, en un campo casi idéntico a un trigal, estará evidentemente oculto y fuera del alcance del bateador. En suma, «cazaría» a la pelota desde una guarida y se comportaría como un cazador oculto. Esa es la idea que inspiró el título de Salinger, sólo que en inglés, y en los Estados Unidos, bastaba con la literalidad para establecer la metáfora. Pero, en la versión en español, era preciso imaginar el propósito de Salinger y dar exactamente la idea que el autor buscaba. Luego, se impuso esta nueva versión”. De todas maneras, Salinger desautorizó cualquier otra traducción al castellano, con lo que el primer título nunca más pudo usarse. Las versiones actuales llevan el título El guardián entre el centeno. Sin embargo, Sudamericana lanzó, a principios del milenio, una edición en su colección para jóvenes titulada El cazador oculto y traducida por el argentino Pedro Rey.

Parece que, andando el siglo, el lugar lógico del libro es la biblioteca adolescente. Salinger optó por mostrar, aquí, la ansiedad brutal de esa etapa de la vida. Es una novela políticamente incorrecta. Hasta 1951, los libros que leían los adolescentes o los personajes en los cuales se veían reflejados eran edificantes, los pilares de la nación del futuro; una visión prácticamente prefreudiana, donde -salvo algunas escenas de Scott Fitzgerald, el autor preferido de Holden Caulfield- se omitía hablar de la sexualidad y la decepción de los chicos.

Aquí, a nuestro Holden lo echan de la escuela y decide tomarse un fin de semana en la ciudad, solo, antes de volver a su casa y dar la mala nueva a sus padres. Ellos tienen un buen pasar, pero problemas no les faltan: el hijo mayor estuvo en la guerra y, aunque ahora vive en Hollywood y escribe guiones, todo hace suponer que le falta un tornillo. (De hecho, Salinger, quien sí había estado en la Segunda Guerra Mundial -formó parte del Cuerpo de Contraespionaje en París- depositó sus traumas en un personaje que plasmó, después, en el cuento Un día perfecto para el pez banana, un ex combatiente casi normal, pero en un estado de tensión -que contagia al lector- y que puede saltarse los sesos de un momento a otro, o asesinar a una nena). Holden, ni lerdo ni perezoso, durante este fin de semana quiere probar el mundo prohibido de los adultos: el alcohol, el sexo -contrata una prostituta-, y todo carga con la maldición de su inexperiencia, lo cual lo sume en un estrés que lo envía directo a una clínica psiquiátrica. Y todo esto contado con un humor que hace reír a carcajadas al lector.

Holden es un perdedor, sí; y ya se sabe que perdedor es mala palabra en los Estados Unidos. Pero eso no es lo más importante, sino lo que viene a decir al lector: de la adolescencia se sale con pérdidas muy graves.

La influencia de la novela de Salinger tuvo la fuerza de un tsunami en la literatura contemporánea. Cientos de libros se dijeron inspirados en Salinger, que imitaban su estilo, su humor, etc. De esos cientos, hay uno muy especial y tal vez el que mejor lo refleja. Se trata de La campana de cristal, que la poeta Sylvia Plath escribió en 1963 y firmó con el seudónimo de Victoria Lucas.

Poco después de la publicación de El cazador oculto, de los Nueve cuentos y de la nouvelle Franny y Zooey (el texto fue el regalo de bodas que hizo el autor a su esposa Claire), Salinger se convirtió al budismo zen, se recluyó en su casa y ya no asomó la nariz. En una carta a Jean Miller, escribió: “La casa estaba muy silenciosa cuando llegué, así que me senté y me pasé varias horas pensando. Al final, llegué a la conclusión de que, si quería cumplir de forma adecuada con mi ‘deber’ (una palabra que odio) —es decir, más o menos en el sentido que le da al término el Bhágavad-guitá— no me quedaba otro remedio que vivir lejos de la ciudad.” Hubo muchas interpretaciones de este hecho, pero algo queda a las claras: él igual que Holden, no pudo integrarse al mundo de los adultos. Tuvo enormes conflictos con su hija, Margaret, con Joyce Maynard, quien fue su amante y con Ian Hamilton, su biógrafo. Declaró: “Durante las dos últimas décadas [1966-1986] he elegido, por razones personales, abandonar por completo la atención pública. He evitado toda publicidad durante más de veinte años y en todo ese tiempo no he publicado ningún material. Me he convertido en una persona sin vida pública y sin deseo de tenerla.” Aunque muchos textos quedaron perdidos o no fueron publicados, ninguno está fechado después de 1961. Caulfield no superó su propia pesadilla.


Tomado del diario Clarín (Ar)