El Teatro Matacandelas cumple 40 años

Foto: El Tiempo / Cortesía Matacandelas

Dirigido por Cristóbal Peláez, se ha convertido en un grupo de culto con estilo difícil de clonar.

Por: Yhonatan Loaiza Grisales

El Tiempo

El Teatro Matacandelas de Medellín es como una corriente marítima que bien puede arrasar con furia, removiendo los cimientos del alma, o moverse con calma, convirtiéndose en un espacio perfecto para la contemplación. Una corriente llena de unas criaturas inquietas que, bajo la guía de Cristóbal Peláez, han logrado establecer unos códigos escénicos con los que suelen inundar los escenarios teatrales.

Su puerto principal está en la calle 47 con 40 en la capital de Antioquia, una sede recientemente embellecida en la que bien puede escucharse un concierto de rock, disfrutar de un almuerzo sazonado por el propio Peláez o discutir sobre el país en esa mesa que decidieron bautizar ‘La convocadora’. También se puede gozar de sus rituales teatrales, esas más de 50 puestas en escena que el grupo ha construido a lo largo de 40 años, que justamente se cumplen este miércoles.

En sus montajes, el grupo ha revivido las palabras y los pensamientos de artistas incomprendidos, como los escritores Fernando González, Sylvia Plath y Ezra Pound, y el coreógrafo paisa Jorge Holguín Uribe, un visionario de las vanguardias artísticas que, como los mencionados palabras atrás, se fue muy pronto pero regresó en forma de diálogos y coreografías teatrales. Además, Matacandelas ha vuelto carne la literatura de Fernando Pessoa, de Andrés Caicedo, de Samuel Beckett, de Álvaro Cepeda Samudio, de Edgar Allan Poe.

“Uno se siente como parte de la humanidad, y la humanidad siempre está hablando; así haya desaparición física, el personaje sigue hablando. Es el milagro de la escritura y la transmisión de una memoria, entonces es posible entablar un diálogo con estos personajes”, le dijo Peláez a este diario en una entrevista pasada.

Más allá del escenario, Matacandelas, incluso, se le ha enfrentado a la muerte en su plano más tangencial, más horroroso, como lo fue aquella época en la que el cartel de Medellín, además de aterrorizar la ciudad, impuso un toque de queda a sus habitantes.

Sergio Restrepo, gerente del Claustro de Comfama de Medellín, recuerda que los artistas del colectivo respondieron a aquella imposición criminal saliendo al escenario a las 11:59 de la noche para hacer una función de ‘O marinheiro’.

“Haber salido para conquistar la noche y enfrentar la barbarie que ni el Estado, ni la Iglesia ni casi nadie más de la sociedad civil se atrevía a enfrentar nos ayudó a quitarnos el miedo o, por lo menos, a tener ese miedo, pero juntos. Esa presentación creo que se convierte en un punto histórico de la memoria de la ciudad, de la resiliencia”, añade Restrepo.

Su encuentro más reciente con la muerte fue el año pasado, con la inesperada desaparición terrenal de Diego Sánchez, actor, director y mano derecha de Peláez. El grupo dio a conocer la noticia del fallecimiento en un tuit tan profundo y sentido que se podían sentir las lágrimas de quien lo escribió.

“Hoy domingo 29 de julio, a sus 51 años se ha ocultado Diego Sánchez, alias Faustroll, Joe Flannegan, Pinocho, Lucas de Ochoa, Reinel, don Manoplas, Nando, Presbítero León Villegas, El Pretendiente… Una multitud. El resto es silencio (‘Neófito, no hay muerte’: Pessoa)”, se leyó en las cuentas oficiales de Matacandelas.

Fue una paliza, una catástrofe de lo irremediable, como la definió el propio grupo, que la afrontó como mejor podía y sabía, haciendo teatro. Incluso, el funeral de Sánchez fue una pequeña puesta en escena en la que la escenografía fueron las vestimentas de sus personajes más recordados.

La agrupación siguió sus funciones en Medellín y un par de meses después viajó a Bogotá y a Manizales, sus segundas ciudades, por decirlo de alguna manera, en las que han conquistado un público fiel que siempre los acompaña y se deleita con las locuras que ponen en escena.

De hecho, en su presentación en la capital, donde estuvieron con una función más de su versión teatral de ‘Angelitos empantanados’, de Andrés Caicedo, el grupo llenó las casi 1.800 butacas del teatro Jorge Eliécer Gaitán. Razones como esta son las que le dan a Matacandelas ese apelativo de grupo de culto.

“Cuando nosotros éramos chiquitos, que éramos un grupo vocacional, le teníamos pánico a Bogotá; era el susto del provinciano, y eso nos parecía muy simpático. Como buenos montañeros, soñábamos con la capital; de repente recalamos en la ciudad, fuimos entrando, y de pronto ese público bogotano ha sido maravilloso con nosotros”, le contó Peláez a EL TIEMPO hace unos años en una entrevista.

Mensajes de amor

En esas visitas a otras ciudades, en esas giras que lo han llevado de país en país, el colectivo paisa ha desarrollado profundos lazos de amistad y cariño con otros teatros que comparten esa filosofía de grupo. Por ejemplo, La Candelaria, la casa del maestro Santiago García, que se ha convertido en un hermano de batallas.

La actriz, directora y dramaturga Patricia Ariza, quien fue una de las artistas que acompañaron a García en la fundación de La Candelaria, considera que entre los dos grupos hay una relación de cofradía, pues han compartido situaciones vitales, como armar ladrillo a ladrillo cada una de sus sedes, y también han remado, muchas veces a contracorriente, frente a una “institucionalidad que no aprecia lo suficiente el teatro que hacemos”.

“Matacandelas es un teatro emblemático, ha cruzado el siglo en 40 años y ha dado testimonio de su tiempo. Sus obras, originales en su mayoría, tienen una denominación de origen inconfundible. Son actores y actrices que, a la vez que actúan con la gala de la formación y la experiencia, son sujetos de la creación, inventores de imágenes inéditas, y eso hace que cuando están en la escena sean los propietarios de las palabras”, sostiene Ariza.

Otro amigo del arte es el director y escritor Sandro Romero Rey, quien desde hace más de 30 años ha acompañado en sus travesuras a los artistas de Medellín. Para Romero, Cristóbal Peláez y “su equipo de poetas” son un ejemplo contundente de que el teatro sí es posible si se tiene una disciplina de hierro y si se esconde la genialidad debajo de las tablas.

“El Teatro Matacandelas, junto con el Teatro La Candelaria, es el último GRUPO de teatro colombiano que se puede considerar como tal. Se han inventado una estética, una ética y una disciplina en torno al placer de la creación como nunca lo había visto en ninguna otra parte del mundo. Ir a su sede en Medellín es entrar en una dimensión donde solo caben la alegría, el rigor, el placer, el arte, la celebración”, añade Romero.

Él menciona entre sus obras favoritas del grupo ‘O marinheiro’, ‘Angelitos empantanados o historias para jovencitos’, ‘Sylvia Plath: la chica que quería ser Dios’, ‘Velada patafísica’ y ‘Fernando González – velada metafísica’.

Esta última es, tal vez, la obra maestra de Peláez y su tropa. En ella, los artistas ahondan en la pluma y la mentalidad insatisfecha y profunda de ese gigante de las letras colombianas que fue Fernando González, el genio de Otraparte, cuyas letras y críticas llenas de indignación siguen palpitando, quizás hoy con mayor vigencia.

“Es el alma antioqueña a cielo abierto, descubierta por el filósofo de Envigado con todas sus contradicciones vitales”, apunta Octavio Arbeláez, director del Festival de Teatro de Manizales, quien también saluda a los ‘matacandelos’ por estos 40 años.

“Más que un grupo de teatro, es el corazón cultural de Medellín. Desde que hicieron suya la casa de las Ramírez, en la calle Bomboná, se convirtieron en un referente para todo aquel que tenga que ver con las artes en la ciudad, teatro, danza, música, performance y abrazos, muchos abrazos para el que llegue en busca de la paz que traen consigo los gestos y las palabras dichas desde la pasión por la escena que ha guiado a este colectivo teatral”, puntualiza Arbeláez.


Tomado del portal del diario El Tiempo