Evangelio del día: miércoles 13 de octubre de 2021

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 11, 42-46
En aquel tiempo, dijo el Señor: -«¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo! » Un maestro de la Ley intervino y le dijo: -«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.» Jesús replicó: -«¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo! »
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación
Pasar por alto el derecho y el amor” sería quitarle al Evangelio su esencia, reduciendo el cristianismo a un conjunto de prácticas y doctrinas que no liberaría a la persona ni propiciaría una auténtica y vital relación con Dios. Es precisamente esta realidad la que nos presenta el evangelio hoy.

Las controversias que se generaban entre Jesús y los fariseos de su tiempo radicaban precisamente en la observancia de la ley por la ley, sin las experiencias de la gratuidad del amor de Dios y la referencia a la caridad sin límites con el prójimo.

¿Cómo concebimos la experiencia de la fe? Esta pregunta nos conduce a poner en orden la manera como cultivamos la relación con Dios y con los hermanos. Podríamos tomar las palabras del apóstol San Pablo: “Vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Desde esta afirmación confesamos que el inicio de la experiencia de fe está en la iniciativa de Dios, que amándonos hasta el extremo se nos ha dado a conocer, ha sido Él, el de la iniciativa de buscarnos, elegirnos, amarnos y llamarnos.

Bien lo describe el autor sagrado cuando asegura: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,9-10).

Ahora bien, ante la conciencia de la iniciativa de Dios, la persona reconoce la relación con Él no es algo añadido a su existencia como una realidad que en algunas circunstancias se puede obviar; al contrario, experimenta que la fe toca toda la vida, la transforma, le da el sentido más profundo a las relaciones humanas y a la vida de comunidad. Una respuesta a Dios que se concreta en la búsqueda de la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Sí, una fe que se hace vida, que se abre a la realidad del otro; una fe que libera del individualismo religioso, de la religiosidad como costumbre o rutina que no alimenta el espíritu y adormece en el compromiso con los hermanos.

Dice el Papa Francisco: “El mundo tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo. El estar cerrados al Espíritu Santo no es solamente falta de libertad, sino también pecado. Existen muchos modos de cerrarse al Espíritu Santo. En el egoísmo del propio interés, en el legalismo rígido – como la actitud de los doctores de la ley que Jesús llama hipócritas -, en la falta de memoria de todo aquello que Jesús ha enseñado, en el vivir la vida cristiana no como servicio sino como interés personal, entre otras cosas”.

Una aplicación concreta de este evangelio es aceptar con generosidad y por amor a Dios, la invitación a traducir nuestra fe en gestos cotidianos de caridad.

P. John Jaime Ramírez Feria