Los cánticos sagrados de las cofradías sufíes, Patrimonio de la Humanidad

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El gnawa, ese ritmo místico que remite al paso de las caravanas de esclavos por las dunas del Sáhara, nombrado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por UNESCO

Por: Analía Iglesias

EL PAÍS (ES)

El gnawa, que acaba de ser inscrito en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, es el ritmo de las cofradías sufíes, que llega hasta nuestros días con un nombre que evoca las caravanas que cruzaban el desierto, transportando esclavos desde Guinea o Tombuctú (Mali), hacia el norte de África.

Los primeros registros de la palabra gnawa, quizá proveniente del vocablo Guinea o de términos similares de la región del Sous (en el suroeste marroquí), datan de principios del siglo XIX. Hoy, gnawa designa la música sagrada del Islam, repetitiva y profunda, que sirve para entrar en trance, a través de cánticos con profusas invocaciones a Allah, acompañados por instrumentos como el guembri (una especie de bajo rústico) e incansable percusión que incluye unas sonoras castañuelas metálicas (llamadas krakebs o crótalos) que van acelerando la base rítmica hasta llegar al éxtasis.

Y suena todo el día y todos los días en Marruecos, en el ambiente rural y en las ciudades, apenas rasgado en un guembri o fusionado con músicas occidentales, pero también se baila en todo el mundo, mientras los maalems (maestros) continúan cantándole a Dios en sus letras.

“Este proyecto musical es el de una lucha por el reconocimiento de una confraternidad, largo tiempo marginalizada, que ha llegado al corazón de los visitantes del mundo entero”, escribía Neila Tazi Abdi, la productora del Festival de Esauira de Gnawa y Músicas del Mundo, que lidera un equipo directivo casi enteramente femenino. Anticipándose a la decisión de UNESCO que esperaban con ansias en el equipo, porque la candidatura se inscribió en nombre de Esauira, la ciudad en la que nació el festival, en 1998, en el catálogo de su última edición, Tazi expresaba su esperanza de abrir una nueva etapa con la distinción del organismo internacional.

Por fin, el 12 de diciembre, desde Colombia, el Comité de Naciones Unidas que evalúa las candidaturas de los Estados Partes en la Convención de 2003 hizo llegar la noticia de que el gnawa constituye una indudable “expresión del patrimonio inmaterial universal a la que hay que contribuir a salvaguardar”. En sus argumentaciones, UNESCO reivindica este “conjunto de producciones musicales, representaciones, prácticas de confraternización y rituales terapéuticos que mezclan lo profano con lo sagrado”.

Se trata, continúa, “de una práctica cultural que data por lo menos del siglo XVI y que, en sus inicios, fue exclusiva de grupos y personas víctimas de la esclavitud y la trata de esclavos, pero hoy en día se considera parte integrante de la cultura e identidad polifacéticas de Marruecos”. En tanto ritual norafricano ancestral, “contiene elementos árabes y musulmanes, así como expresiones culturales típicamente bereberes” y sirve como “ofrenda a los santos morabitos”, según aclara, entre las razones de la inscripción.

El gnawa cuenta con un anclaje sólido en la comunidad, que ahora se ha visto recompensado por el aval del gobierno marroquí a su candidatura ante UNESCO, pero su evolución histórica no tuvo siempre una línea ascendente. Según algunos estudiosos del ritual sufí, el espaldarazo provino de músicos afroamericanos que llegaron al gnawa reivindicando las raíces de su negritud.

En una entrevista que nos concedía, para este mismo blog, en 2016, el tangerino Hisham Aidi, profesor de la Universidad de Columbia y autor del libro Rebel music. Race, empire and the new muslim youth culture (Espíritu rebelde. Raza, imperio y la nueva cultura joven musulmana, de 2014), explicaba: “Este ascenso del gnawa se debe a la lucha de los afroamericanos que vinieron en los años veinte, a través de París, y la eligieron como su música preferida, porque les recordaba sus raíces como esclavos”.

En este recorrido histórico por el siglo XX, en el que Marruecos estuvo bajo exclusiva dominación colonial entre 1912 y 1955, Hisham Aidi citaba a Claude McKey, un poeta afroamericano que, viviendo en Tánger, escribió un libro llamado Banjo: “McKey dijo, en 1931, que un día una música magnífica iba a surgir de África del Norte e iba a conquistar el mundo”. El movimiento gnawa fue impulsado por el movimiento negro, pero también “dio un espacio a los marroquíes que no se sentían representados por la música árabe más sofisticada y querían reivindicar sus raíces norafricanas, bereber y mestizas”, agrega el escritor, que dedica varios capítulos de su obra al gnawa.

La imparable ola de difusión internacional de este estilo se remonta, según Aidi, a los años setenta, cuando empiezan a concretarse las fusiones con el jazz: “En 1972, Randy Weston organizó un gran festival de jazz en Tánger, que es el antecedente de toda la escena actual en Marruecos. Fue en respuesta a Argel, que era la base de los Black Panthers, quienes ya habían celebrado el panafricanismo en un festival, en 1969. Randy vivía en Marruecos desde hacía unos ocho años. Estaba en bancarrota y ese festival fue el tiro de gracia a su economía. Tuvo que volver a Nueva York, pero el disco que publicó a su retorno resultó un best-seller inolvidable”.

Weston, que tuvo un club de jazz en Tánger, luego pasó toda su vida yendo y volviendo, y tocando con una troupe de gnawis, cruzando su fineza jazzística con la armonía del paso del dromedario hundiendo sus patas en las dunas del Sáhara. El gigante pianista neoyorquino murió el año pasado, y hoy toda África lo recuerda; de hecho, la próxima edición del Festival de Jazz de Saint Louis (en Senegal) le rendirá un homenaje especial, justamente por su acercamiento carnal a la tierra de sus antepasados y su contribución a la difusión de las músicas africanas por el mundo.

En el gnawa, los instrumentos son sagrados y los maâlem (“maestros”) transmiten este título honorífico legando su guembri a un discípulo, que entonces queda investido como tal. Actualmente, ya destacan algunas mujeres sobre los escenarios marroquíes que empuñan el guembri, conquistado por voluntad propia o legado por el padre, como en el caso de la joven Asmaa Hamzaoui, que apenas supera los 20 años y se la menciona como Maâlema.

Entre las curiosidades, pueden mencionarse los rituales específicos para purificar los instrumentos y para evitar que la música y las plegarias se impregnen de cualquier impureza ligada a las propias prácticas de los intérpretes o al ambiente festivo en el que se toca y se baila. Por lo demás, emparentarlo con el blues no es asunto baladí, ya que el blues nace de atravesar el Atlántico y el gnawa surge de las travesías del desierto que se sucedieron a lo largo de siglos y siglos en que la sal, el oro y otras mercancías configuraron la razón del movimiento de la diáspora transahariana. El Sáhara fue siempre un lugar de continuidad y no de fisura, a cuyas expresiones culturales comunes nadie ha podido ponerle puertas ni candados.

El gnawa, decididamente convertido en la música nacional de Marruecos, donde convive con otras manifestaciones del elegante repertorio árabe-andalusí, se expande por Europa en multitud de festivales de world music. En Bélgica, en Francia y en Alemania ya se rinden a los pies de los músicos marroquíes que viajan a menudo para brindar conciertos con sus formaciones de gnawa-jazz y dar clínicas de guembri o percusión.

Este año, los gnawis celebran su entronización, junto a otras dos manifestaciones africanas que acaban de ser admitidas en las listas del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de UNESCO: la morna caboverdiana, una práctica musical y coreográfica de la que Cesaria Evora fue su máximo exponente, y la representación teatral denominada kwagh-hir, del pueblo tiv de Nigeria.


Tomado del diario EL PAÍS (ES)