Los nuevos artistas del reciclaje

Foto: Dado Ruvic/Reuters

La ironía ha sido siempre una estrategia para desenmascarar y para cuestionar al poder. El nuevo arte del sampleo y la remezcla a partir de archivos digitales la mantiene viva en este siglo.

Por: Jorge Carrión

The New York Times

BARCELONA — El mejor programa de la televisión pública española muy probablemente sea Cachitos de hierro y cromo. Creado a partir del archivo de RTVE, cada capítulo selecciona unos setenta fragmentos de actuaciones musicales de las últimas décadas, que guardan relación a través de un tema común. Unos rótulos, en el extremo inferior de la pantalla, no solo informan del nombre del artista y el título de la canción, también comentan satíricamente algún detalle de su biografía o del contexto histórico. Te partes de la risa.

Archivo, inteligencia y humor: encontramos la misma fórmula en muchos de los proyectos creativos más virales de los últimos años. Son obras que están ocupando, en el ecosistema digital, el lugar que durante los últimos dos siglos han ostentado en la prensa las viñetas y las caricaturas de opinión política. Comentan imaginativa y críticamente la actualidad o el pasado reciente, al tiempo que lo iluminan con una luz inesperada.

En Tristes por diseño, el teórico de medios Geert Lovink se pregunta: “¿Cómo podemos pasar del Data a Dadá y convertirnos en una vanguardia del siglo XXI?”. Una respuesta posible late en los vídeos intervenidos del español Querido Antonio, los mashups sobre Uruguay de Tiranos temblad, las animaciones y los doblajes humorísticos de Alexis Moyano o los remixes tan yanquis de Honest Trailers. Estos artistas digitales han convertido el sampleo audiovisual en uno de los mecanismos creativos más eficaces de nuestra época. Aunque todos los materiales que utilizan sean reciclados, su mirada es absolutamente original.

Los artistas de la postproducción, el sampleo o la remezcla son los antagonistas de los productores de noticias, las agencias de publicidad o los youtubers. Sus prácticas, de apariencia lúdica y trasfondo político, responden a la lógica del reciclaje. En un mundo saturado de imágenes, no es necesario producir contenidos originales para aunar relevancia temática y excelencia formal. Para el pensador Eloy Fernández Porta el “homo sampler” es un hacker de la tiranía del tiempo lineal, del flujo constante de la actualidad: alguien que lo descompone para apropiarse de las temporalidades como si fueran músicas distintas y crear su propia canción. Una canción disonante y extraña que —a diferencia de los himnos militares o las canciones de cuna— nos despierta de la monotonía y nos recuerda que ningún sentido es común.

Como el periodismo es un deporte de riesgo, voy a invitarte ahora a que pulses este link. Si estás leyendo esta oración es que has vuelto (gracias por no caer en las redes del algoritmo de YouTube). Con más de diez millones de reproducciones, “Velaske, yo soi guapa? (Las Meninas Trap Mix)”, obra de Christian Flores, es uno de los vídeos más famosos de la cultura digital en español y un ejemplo emblemático de los Objetos Culturales Vagamente Identificados (OCVI), que concilian los procedimientos de la vanguardia artística con la cultura del entretenimiento. En él las preguntas y las quejas de la infanta Margarita mientras la está pintando Diego Velázquez devienen en un lúcido cuestionamiento del patriarcado, la monarquía y la lectura de los clásicos en este siglo.

Para entender la ruta que lleva a ese vídeo de 2017 y a los demás que he mencionado, podríamos irnos muy atrás —hasta el collage, que nació hace más de un siglo; o hasta la criatura de Frankenstein, que lo hizo hace más de dos—, pero es mejor circunscribirla al contexto del cambio de siglo, porque en este tipo de creaciones pesa menos la tradición que lo radicalmente contemporáneo.

El ensayista francés Nicolas Bourriaud llamó arte de la Postproducción a las estrategias de apropiación y remix que desarrollaron varios artistas importantes de los años noventa, como Christian Marclay o Douglas Gordon. Para ellos el taller es una sala de montaje, a menudo simplemente un ordenador portátil, donde el artista trabaja exclusivamente a partir de materiales ajenos. En 1990 llegó al mercado, precisamente, la primera versión de Photoshop. El artista es más un editor que un escritor o compositor, al tiempo que la edición se convierte en una de las bellas artes.

A partir de 2005 se multiplicaron exponencialmente los vídeos disponibles gracias a YouTube. Y mientras artistas como Natalie Bookchin usaban su catálogo en obras destinadas al circuito de las galerías y los museos, nacían los creadores digitales que, en vez de producir vídeos (como los youtubers), reciclaban los de otros. Un punto de inflexión puede ser 2009, cuando el artista israelí Kutiman publica Thru you, una serie de vídeos musicales en línea que remezclan vídeos encontrados en la red.

Tanto este ejemplo como las piezas de “Querido Antonio” para el programa de televisión español El intermedio, que convierten escenas de la actualidad política en delirios y caprichos goyescos, o los montajes de Tiranos temblad, que remezclan momentos de vídeos de viajeros extranjeros en Uruguay, comparten el interés por el nervio del presente. Lo releen y lo reescriben. Lo alteran y lo exprimen. Para hacernos reír, para que lo veamos con distancia y extrañamiento y para que salgamos durante unos instantes del tiempo de la fabricación ininterrumpida de noticias, publicidad y capital.

Ante el avance en internet de los trolls, los memes, las noticias falsas o los influencers y youtubers miméticos, merece la pena valorar y reivindicar la creatividad inteligente de una generación de artistas que está reinventando el humor gráfico gracias a YouTube, Google y programas de edición de vídeo. Desde la comedia de la Antigua Grecia la ironía ha sido siempre una estrategia para desenmascarar y para cuestionar al poder. El nuevo arte del sampleo y el reciclaje la mantiene viva y rabiosa en pleno siglo XXI.

Jorge Carrión (@jorgecarrion21) es escritor y crítico cultural. Es autor de Teleshakespeare y Contra Amazon.


Tomado del portal The New York Times