Aretha Franklin y la “Capilla Sixtina del góspel”

Foto: En foto, Aretha Franklin en un fotograma de la película 'Amazing Grace'

Se estrena ‘Amazing Grace’, la película del concierto de 1972 en el que la diva del ‘soul’ volvió a la música de iglesia

Por. Diego A. Manrique

EL PAÍS (ES)

La vida profesional de Aretha Franklin (1942-2018) tuvo mucho de montaña rusa. En 1972 alcanzó un pináculo paradójico: el doble elepé Amazing Grace se convertiría en —dicen— el álbum más vendido de su carrera. Mientras iba perdiendo fuelle como hacedora de éxitos pop para el sello Atlantic, triunfaba con lo que inicialmente parecía un suicidio comercial: un retorno hacía sus orígenes, la música góspel de las iglesias baptistas.

Se supone que la comunidad del góspel es inflexible respecto a sus estrellas que giran hacia la música profana. Una exageración: en realidad, los prejuicios tienden a manifestarse con mayor virulencia en el otro lado, donde llevan mal que las figuras de la canción insistan en predicar. Aretha se manejó perfectamente entre ambos polos. Insistió para que Amazing Grace se grabara en un oficio religioso, no en un concierto convencional. Impuso que los principales instrumentistas fueran sus músicos de directo, cracks neoyorquinos tipo Bernard Purdie o Cornell Dupree. También rejuveneció el repertorio con temas de Carole King, Marvin Gaye o George Harrison. El resultado fue lo que su productor, el locuaz Jerry Wexler, definió como “la Capilla Sixtina del góspel moderno”: una artista en la cumbre de sus facultades, arropada por un coro magnífico y un público entregado.

Lo que se suele olvidar es que los servicios, celebrados el 13 y el 14 de enero, también fueron filmados, con vistas a lanzar un largometraje. Asombrosamente, dado el impacto de Amazing Grace, la película homónima solo ha visto la luz 47 años después (en España, se estrena el 4 de octubre). Entre medias hubo una concatenación de desastres que deja en mal lugar a una industria prestigiosa. Hablo del cine de Hollywood, aquí encarnado en Warner Bros.

Warner encargó el rodaje al director Sidney Pollack, que venía de arrasar con Danzad, danzad, malditos. Se le suponía un realizador competente pero, vaya, la cagó con Aretha Franklin. Fascinado por la teoría del cinema verité, dejó vía libre a su equipo para que improvisara y se dejara llevar por el flujo del evento. Eso supone que las cámaras captan frecuentemente a Pollack y su personal, conspicuos en un auditorio repleto de peinados afro. Palpamos la excitación del equipo cuando, entre la concurrencia, se detecta a un entusiasmado Mick Jagger.

Todo eso contribuía a retratar el eufórico ambiente del acto. Pero Pollack cometió un error de principiante: no usó claquetas. Cuando intentaron sincronizar las 20 horas de filmaciones con el sonido, tuvieron que rendirse: era imposible o, por lo menos, demasiado doloroso para un realizador que venía del tormento que supuso montar Las aventuras de Jeremiah Johnson. Puede que Pollack, hombre poco musiquero, entonces no apreciara el valor de lo rodado. Puede que todos los implicados, directivos y técnicos, se sintieran demasiado avergonzados. Conclusión: prefirieron olvidar el proyecto y almacenar las cintas.

Seguramente, allí seguirían de no ser por Alan Elliott. un joven productor musical que escuchó la historia y localizó el material. Se quedó maravillado y consultó a los expertos: sí, con la actual tecnología se podía enmendar el desaguisado. En 2007, Elliott hipotecó su casa y compró las cintas, con la bendición tanto de Sydney Pollack como de Jerry Wexler. La oposición surgió desde el rincón más inesperado: la propia Aretha. El problema no era el pudor de la cantante; se trataba de dinero.

Aretha Franklin y el dinero, esa ya es otra película. Siempre sospechó que demasiada gente se aprovechaba de ella. Estrella desde niña, estaba habituada a imponer su imperial voluntad. Suspendía conciertos a capricho, sin entender que eso implicaba pagar indemnizaciones. Con el tiempo, se acostumbró a ignorar las facturas de tiendas y servicios, creando situaciones muy enojosas. Ajena a las realidades económicas, Aretha planeaba abrir restaurantes, clubes, boutiques, discográficas, productoras cinematográficas. Cuando puso en marcha algunas de estas empresas, resultaron ruinosas. Así, deseaba interpretar en el cine a Bessie Smith. Contrató para el proyecto a Gordon Parks (director de Shaft), que se quedó alucinado al escuchar sus exigencias: no se podía reflejar la afición al alcohol de Bessie o su reconocida bisexualidad. El biopic sobre la cantante de blues nunca despegó.

Durante 10 años, Alan Elliott intentó pactar con Aretha. Misión imposible: tras cada acuerdo, ella subía su precio. Elliott tenía una baza ganadora: su contrato con Warner, donde ella aceptaba participar en el filme. Pero Aretha disponía de abogados beligerantes, que incluso impidieron que Amazing Grace se proyectara en festivales de cine. Elliott comprendió lo insostenible de su posición: en cualquier conflicto entre un productor blanco y una eminencia negra del calibre de Aretha, llevaba las de perder ante el tribunal de la opinión pública. Solo tras la muerte de la diva se acercó a sus herederos y les puso su Amazing Grace. Ellos concluyeron que nada de lo que allí se veía dañaba la reputación de Ree, como era conocida familiarmente.

Cierto. Lo que hoy nos asombra es la modestia de New Temple Missionary Baptist, la iglesia de Los Ángeles que acogió la grabación. Nos choca la ausencia de corografías y efectos. Sobre todo, impresiona la dignidad de Aretha, concentrada en explicar musicalmente su íntima relación con Dios.

CANTANTES Y PREDICADORES

En la primera fila de Amazing Grace, vemos a personas importantes en la vida de Aretha. Está su padre, el polémico reverendo C. L. Franklin, junto a su novia eterna, el primer modelo artístico de Aretha, la vocalista Clara Ward, y la madre de esta, Gertrude Mae. Esta señora era temida en el circuito del góspel e hizo todo lo que pudo para torpedear la relación entre el clérigo, un notorio libertino, y su hija querida.

La cámara no llega a captar lo que ocurre pero sí el resultado: Gertrude está en el suelo y Clara pone cara de yo-no-fui. Cabe imaginar que Aretha vio el incidente, prefirió ignorarlo y seguir cantando. Pudo ser peor: también su progenitor solía mostrarse violento con sus amantes. Igual que el primer marido de Aretha, un proxeneta de Detroit llamado Ted White. El mundo del góspel profesional, ahora sabemos, abundaba en gente promiscua y agresiva.


Tomado del portal del diario EL PAÍS (ES)