Ciudades literarias Río, París y Praga: tras la sombra de tres grandes escritores

Foto: AFP

Tres recorridos posibles para rememorar las vidas de Lispector, Cortázar y Kafka en los escenarios urbanos que frecuentaban y también aquellos en que situaron sus ficciones.  

Por: Verónica Abdala

Diario Clarín

Río de Janeiro es una de las ciudades más turísticas del mundo: recibe cada día a miles de turistas que llegan deseosos de disfrutar de sus playas abiertas, caminar en ojotas por la Avenida Atlántica –sobre sus los mosaicos blancos y negros- o escalar el Corcovado para ver al Cristo Redentor, que los recibe con los brazos extendidos casi a la altura de las primeras nubes. Pero hay otra ciudad, esa que recorren como en un periplo secreto y en procesión los lectores de Clarice Lispector (1920-1977), autora brasilera de origen ucraniano en torno de la que muchos tejen un auténtico culto (sobre todo cada 10 de diciembre, una fecha en su homenaje que cobró fuerza y cuenta cada año con más asistentes que recorren su mapa vital y literario). Es, podría decirse, el Río de Clarice: un circuito paralelo en el que es posible imaginarla, introspectiva, con sus rasgos caucásicos, escribiendo frente a una ventana de cortinas movidas por la brisa del mar, o trajinando una redacción como la de Jornal do Brasil, el diario donde, desde 1957 a 1963, publicó una columna semanal sobre los temas más variados, que sus lectores esperaban ansiosos (reunidas en Revelación de un mundo).

Como compañera de un diplomático al que acompañó por varias ciudades de Europa y Estados Unidos, hasta su separación en 1959, Clarice sintió que había asomado al vasto mundo aunque, como ella misma asumía, “de todas las ciudades en las que viví, Río es la que más me asombra”. Por sus calles se movía a bordo de taxis (“un capricho burgués”, decía).

Aquel que visite la “Ciudad Maravillosa” decidido a seguir sus pasos no puede obviar el paso por Leme, el barrio de la autora, donde hay una hermosa estatua en su memoria y donde también se encuentra el bar y restaurante La Fiorentina: un ambiente tapizado de fotos en blanco y negro y que mantiene vivo el glamour de la bohemia de los 60. El menú de la escritora era más bien corriente: solía pedir pizza o pollo apanado con papas fritas y se sentaba a escribir con el ruido de las olas rompiendo a sus espaldas.

Si no lograba su cometido –terminar algunas buenas páginas – acostumbraba a hospedarse en el hotel Tulip Regente de Leme –a escasos 50 metros de la casa de la rua Gustavo Sampaio 88, donde pasó los once últimos años de vida- para escribir, por ejemplo: “Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto -y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío”.

Le atraía la silenciosa atmósfera de los hoteles en los que ingresaba casi de incógnito: su primera novela, Cerca del corazón salvaje, fue escrito entre marzo y noviembre de 1942 tras un mes de aislamiento en una pensión de la calle Marqués de Abrantes, en Botafogo.

En la playa de Copacabana, sostenía a su vez Clarice, “puede pasar cualquier cosa”, así que bien vale pasar por allí, a ver qué ocurre, con alguno de sus libros bajo el brazo. El Jardín Botánico, de una exuberancia inédita, es otra cita obligada: son cincuenta y cinco hectáreas de árboles, huertas, invernaderos, un lago y un jardín sensorial pensado para personas con deficiencia visual sirvieron de escenario a varios de sus cuentos, como ese llamado Amor, en el que Ana, su personaje, se topa con un ciego que masca chicle, sin imaginar que ese encuentro marcará un quiebre en su vida: “La moral del Jardín era otra. Ahora que el ciego la había guiado hasta él, se estremecía en los primeros pasos de un mundo brillante, sombrío, donde las victorias-regias flotaban, monstruosas… Pero todas las pesadas cosas eran vistas por ella con la cabeza rodeada de un enjambre de insectos, enviados por la vida más delicada del mundo… El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno”.

Finalmente y como un guiño secreto a su memoria, vale asomarse a O Largo do Boticário, un pasaje con siete casas del siglo XIX y una vegetación exuberante de mata atlántica donde la escritora visitaba a su amigo, el artista Augusto Rodrigues y que espera al viajero a unos metros de la subida al Corcovado, en el barrio de Cosme Velho. Los restos de Lispector descansan en el cementerio de Cajú.

El París de Cortázar

El escritor Julio Cortázar (nacido en Bélgica y nacionalizado francés) fue un enamorado de París, ciudad que convirtió en su hogar cuando dejó Argentina y en donde vivió –en los distritos XV y XVI, poco frecuentados por los turistas de paso- desde 1951 hasta su muerte, en 1984: conocía la ciudad en detalle y adoraba perderse tras la bruma de los puentes sobre el Sena, con instinto de flâneur, sobre todo por la noche. A la distancia, es posible imaginar su figura desgarbada recorriendo callejuelas antiguas o subiendo y bajando esas pasarelas iluminadas -más de 30- que surcan el río.

Fue su amor por París lo que terminó por convertirla en una presencia central de sus novelas y cuentos (“El otro cielo”, “Axolotl”, “Las babas del diablo”).

En su novela más famosa, Rayuela, de 1963 (la acción se concentra en buena parte entre Montparnasse y Les Halles), que lo convirtió en uno de los autores centrales del Boom latinoamericano, el autor pone a trajinar las calles y buhardillas de París a la Maga y Oliveira, que suelen encontrarse en Pont des Arts, el puente construido durante la época de Luís XIV para que los estudiantes pudieran cruzar el Sena en dirección al Museo del Louvre -en la ficción es el favorito de La Maga, y donde se inicia el relato-. Los viajantes pueden acercarse hasta la orilla derecha del Sena para comprar algún libro a los bouquinistes, los libreros callejeros que ofrecen sus títulos en sus puestos de chapa verde.

Sus personajes más conocidos también frecuentan el Boulevard Saint-Germain-des-Prés –donde el propio Cortázar solía acercarse a tomar café en Old Navy (150, Boulevard St.-Germain)- y el Pont Neuf, así como la Rue Dauphine o Notre Dame. Una perlita: Googleando “El París de Cortázar” también es posible seguir las referencias parisinas que hizo el autor de rayuela en Google maps.

Otras paradas infaltables de un circuito cortazariano son la casa que habitó, en el número 4 de la Rue Martel, ubicada en el distrito 10 -en cuya fachada una placa anuncia que “Aquí vivió Julio Cortázar (1914-1984)”- y el cementerio de Montparnasse (“A la altura del cementerio de Montparnasse… Oliveira calculó atentamente y mandó a las adivinas a juntarse con Baudelaire del otro lado de la tapia” se lee en Rayuela), donde el autor está enterrado junto a su última esposa, Carol Dunlop.

Entre ambos puntos, se puede hacer una parada en su casa de la Place du Général Beuret, barrio de Montparnasse, donde puso el punto final a Rayuela y compartía un piso con Aurora Bernárdez, su primera esposa, actual albacea y actual residente. En el buzón todavía puede leerse “Bernárdez-Cortázar”. Dan ganas de dejarle una carta. Y después perderse sin rumbo: entregarse a la distracción y al misterio, hasta alcanzar un farol iluminado o el metro, esos viajes le parecían al escritor –como al personaje de su cuento El Perseguidor- experiencias que se daban por fuera del tiempo ordinario.

Siguiendo por Praga los pasos de Kafka

La influencia de Franz Kafka alcanza a la inmensa mayoría de los escritores contemporáneos, que consideran su obra como fundamental. Y hablar de Kafka es hablar de su ciudad, Praga; la capital de la República Checa; el lugar dónde nació, vivió y escribió. Situada a orillas del río Moldava, es una de las capitales europeas más buscadas por los turistas.

Para empezar a pasear, se puede visitar la casa en que nació el autor de La Metamorfosis en 1883, en el número 5 de la calle U Radnice, cerca de la Plaza de la Ciudad Vieja (en la actualidad una placa indica el sitio, aunque la casa que se ve actualmente fue construida en 1902).

El Castillo de Praga es el lugar que dio inspiración a su novela El castillo y aparece también en El Proceso, mientras que muy cerca de allí se encuentra el número 22 de la Callejuela del Oro, donde vivió el escritor compartiendo casa con su hermana y donde por estos días los turistas encuentran souvenirs y algunas de sus obras en ediciones diversas.

Kafka también vivió en Bliekgasse -donde escribió El proceso, que luego fue publicada de manera póstuma por Max Brod- y estudió su bachillerato y la carrera de Derecho, respectivamente, en el Palacio Golz-Kinský y la Charles University, donde también se vinculó con otros de sus colegas de la época. Cuando buscaba tranquilidad, iba al Parque Chotek –que consideraba el lugar más bello de su ciudad- o a los Jardines de Letenske sady.

Para tomarse un trago caliente en su memoria, se puede ir a los cafés Salvia, Louvre o El unicornio dorado, y recorrer el Franz Kafka Museum, que contiene primeras ediciones de sus libros así como una muestra interactiva. Otro punto: la escultura de bronce hecha en 2003 en su homenaje por el artista checo Jaroslav Róna que se ubica entre la Iglesia de Praga del Espiritú Santo y la Sinagoga Española. Los restos del escritor descansan en el cementerio judío de Olsany.


Tomado del diario Clarín (Ar)