Cuando Estados Unidos arde por racismo, Kendrick Lamar canta

Foto: Un manifestante sujeta una bandera de Estados Unidos durante los disturbios en Minneapolis, JULIO CORTEZ / AP

La música del rapero es el mejor destello de la psicología moral de los afroamericanos, de esos pensamientos que nacen de la tensión racial en toda la nación

Por: Fernando Navarro

EL PAÍS (ES)

Las imágenes de las calles de Estados Unidos ardiendo han vuelto a proliferar en las pantallas. América, ese inmenso crisol social que abanderó el desarrollo cultural del siglo XX, vuelve a chocar contra sí misma. Los disturbios causados por la muerte de George Floyd, estrangulado con su rodilla por el agente Derek Chauvin en Minnesota, han incendiado el país, que afronta la mayor ola de protestas desde el asesinato de Martin Luther King en 1968. Ya en 2014, imágenes muy parecidas se sucedieron ante el asesinato de Michael Brown, un joven afroamericano desarmado al que mató un policía en Ferguson (Misuri) y que tras el juicio quedó libre. Entonces, solo un año después del caso Brown, Kendrick Lamar publicó To Pimp a Butterfly.

Hay discos que captan la psicología de los tiempos como sofisticados medidores de temperatura. To Pimp to Butterfly es uno de ellos. Si los hay es porque detrás hay artistas que se elevan por encima del resto, capaces de destripar las entrañas de una sociedad hasta exponer sus vísceras y sus órganos vitales con toda la enfermedad que llevan dentro. Lamar, el mejor rapero del siglo XXI, el único en su especie en conseguir un premio Pulitzer, lleva desde que debutó en 2004 elevándose hasta ofrecer la más certera panorámica de la condición de ser negro en EE UU en estos tiempos. No solo es To Pimp a Butterfly, una obra maestra que define una época, sino también su antecesor good kid, m.A.A.d city (2012) y su posterior DAMN (2017). Nadie despliega con tanta crudeza, con tantos juegos de palabras y sonidos envolventes, la crueldad de ser negro en una América donde el racismo sigue institucionalizado, empezando por Trump, un presidente que manipula el discurso en favor de la supremacía blanca, un pirómano al frente de la Casa Blanca que ya en los noventa, tal y como se puede ver en la miniserie Así nos ven, regalaba discursos de odio como multimillonario de Nueva York contra los negros en el famoso caso de los cinco de Central Park, donde se acusó injustamente a cinco menores de Harlem de un ataque brutal a una mujer blanca.

En plena resaca de los disturbios raciales de Ferguson, To Pimp a Butterfly midió la temperatura nociva de EE UU. Corría 2015 y todavía estaba Barack Obama, pero el problema era estructural. Hoy, apenas cinco años después, sigue estando vigente. Kendrick Lamar sigue sonando actual. Su música sigue siendo el mejor destello de la psicología moral de los afroamericanos, de esos pensamientos que nacen de la tensión racial en toda la nación y que terminan por destaparse abruptamente ante casos de brutalidad policial.

Como lo fuera el blues, el jazz y el soul en décadas pasadas, el rap es el altavoz que actualmente más se esfuerza por mostrar la complejidad de la condición afroamericana. Sus sonidos urbanos forman parte de la dañada piel negra desde su nacimiento en el Bronx. Conviene recordarlo: las calles de South Bronx, empobrecidas y abandonadas como guetos en guerra, ardían a mediados de los setenta cuando nació esa música peligrosa y atronadora en parques y fiestas que se dio en llamar hip hop. Una música que volvía a concienciar a los negros de sí mismos. Y lo hacía de una forma más radical que géneros antecesores: el hip hop les obligaba a observar desde la barrera. Les explicaba con claridad que no eran ni serían.

Kendrick Lamar canta de la existencia de ser negro desde dentro de la barrera. Con talento compositivo, recoge todo un reguero de observaciones que vienen desde la eclosión del hip hop hasta día de hoy, conectando la realidad con su fantasía narrativa. Así, como toda gran obra, To Pimp a Butterfly va de lo particular a lo general. La perspectiva individual de su creador se convierte en un reflejo enciclopédico de la raza negra estadounidense en el siglo XXI. La historia del propio rapero volviendo a su casa, después de obtener el éxito y autoproclamarse como el “rey de Nueva York” en el mundo del hip hop, termina por pasar como un relato de la condición negra. Es el negro con su búsqueda de identidad, su fe maltrecha, su rabia consolidada ante la injusticia social y sus contradicciones con su propia comunidad (“¿Entonces por qué lloré cuando Trayvon Martin estaba en la calle / cuando las guerras de bandas me hicieron matar a un negro más negro que yo?”, canta en The Blacker the Berry en referencia al chaval que mataron a tiros en Miami en 2012).

¿Por qué escuchar a Kendrick Lamar ahora? Porque su música refleja que, si el sistema está roto, hay impulsos para querer hacer algo realmente drástico que demuestre que el sistema no es aceptable. Algo drástico como un sonido rompedor, confluyendo en To Pimp a Butterfly el rap, el free jazz y el spoken word. Es decir, confluyendo el hip hop de la Costa Oeste, ese G-funk tan ambiental de Los Ángeles -su ciudad de nacimiento- añadiéndole colaboraciones de padrinos como Snoop Dog o Dr. Dre, la improvisación del jazz contemporáneo con músicos que participan como Kamasi Washigton, Robert Glasper y Thundercat y la fuerza de los recitados sobre estos fondos al más puro estilo de The Last Poets y Gil Scott-Heron. Todo, sin dejar de citar la aparición de George Clinton, maestro del funk, en el primer corte y la producción compartida de Flying Lotus, sobrino nieto de John Coltrane y Alice Coltrane y talento del jazz-electrónico. En otras palabras: Lamar confluye una historia poliédrica del orgullo negro en una obra que goza de una absorbente fluidez sonora, como el monumental What’s Going On de Marvin Gaye. Y si posee esta virtud y también es monumental es porque se mueve en el terreno de lo psicológico, del pensamiento interno, de la potencia humana que hay detrás.

Una potencia que coge la jerga de la calle y la despliega como un rompecabezas. Sin orden determinado y con una ambiciosa crítica sociopolítica. Doreen St. Félix, periodista cultural afroamericana del New Yorker, definió a Lamar como “un griot moderno”. El griot es un contador de relatos en África, alguien que viene de la tradición oral y cuenta las historias como lo haría un poeta o un músico ambulante. Fascina por cómo lo cuenta, por su particular modo de captar la atención. El rapero de Los Ángeles es el griot de las calles repletas de negros y a punto de explotar en decenas de ciudades norteamericanas, usando muchas palabras con varios significados, dándoles más carga simbólica, para siempre hacerlas girar con locura o clavarse como puñales de corte profundo en la idea de América. En la idea de EE UU vista desde la barrera de los afroamericanos. Una idea que se canta con rabia en To Pimp a Butterfly (un título que admite más de un significado y juega con la idea de “chulear” a la mariposa, siendo la mariposa el negro que acepta el sistema y se olvida de las condiciones duras que pasa la oruga en la ciudad). Rabia porque como decía James Baldwin: “Ser un negro en este país y ser relativamente consciente de ello es estar en una rabia casi todo el tiempo.”

El caso de George Floyd más que una causa parece la gota que ha colmado el vaso. La causa subyacente ante las revueltas es la supremacía blanca, la discriminación, esa cuestión que EE UU no ha conseguido resolver desde su fundación. Cuestión que con Donald Trump de presidente no hace más que adentrarse en un callejón sin salida, erosionando cada vez más a una de las democracias más solventes del mundo, en un posible cambio de paradigma en el siglo XXI.

De nuevo, EE UU arde por racismo. Es hora de poner a Kendrick Lamar con el volumen al 10.


Tomado del diario EL PAÍS (ES)