Lang Lang, el virtuoso pianista chino considerado ‘el mejor del mundo’

Foto: El virtuosismo del Lang Lang es innegable, pero en los circuitos conservadores de la música clásica se lo critica por su imagen de estrella de pop / EFE

El músico estrenó su primera grabación de las Variaciones Goldberg, de J. S. Bach

Por: Juan-Manuel Caycedo

EL TIEMPO

Lang Lang contesta por videollamada desde su estudio en Pekín. Desde allí se prepara para reanudar presentaciones luego de que la pandemia lo alejó durante meses de las salas de concierto. En la capital china se inicia la gira de conciertos promocional de su más reciente grabación, las Variaciones Goldberg, bajo el sello Deutsche Grammophon en un álbum doble con dos grabaciones de la misma obra: una de estudio y otra en vivo desde la iglesia de Santo Tomás en Leipzig, de la que Bach fue cantor desde 1723 hasta su muerte, en 1750, y donde reposan sus restos mortales.

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El pianista visitó Bogotá y Medellín en el 2013, dos únicos conciertos en los que tocó obras de Mozart, Beethoven, Chopin y Chaikovski.

El repertorio mayoritariamente romántico que escucharon los colombianos es el terreno de Lang Lang, por lo que este salto al barroco con las Variaciones despertará, con toda seguridad, los comentarios de la crítica musical especializada, pues en el mundo de la música clásica es práctica común que los intérpretes se dediquen a repertorios específicos por razones técnicas e históricas. No hacerlo supone un quiebre que, de suceder, sería seguido por reclamos de la academia y debates en torno a las decisiones de los intérpretes.

No será la primera vez que la crítica le caiga encima. Mucho han dicho de su puesta en escena, más cercana a la del rockstar que a la sobriedad con la que se asocia al músico clásico. Así como ha sido pianista de la Filarmónica de Viena y la de Berlín, entre otras de las principales orquestas del mundo, ha tocado con cantantes de música pop: en Suramérica grabó con el argentino Luciano Pereyra y ha discutido proyectos futuros con su amigo el colombiano Juanes.

Lo han acusado de ser un pianista de marketing, algo que la ortodoxia musical desaprueba por miedo a que los elementos extramusicales afecten las interpretaciones. Pero su defensa es la música misma: que es un virtuoso sensible y que está atrayendo públicos son dos cosas innegables.

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Coincidimos en que la cultura no se fabrica, como pretenden ciertas políticas culturales contemporáneas, sino que aparece: para cosechar hay que haber sembrado el naranjo. Hablamos de Bach y de la música en general, pero sobre todo de sus Variaciones Goldberg. Aquí, unos apartes de la conversación.

Usted es considerado uno de los mejores pianistas del mundo. ¿Es justificable la idea clásica del conservatorio de que para ser músico hay que ser el mejor o de lo contrario es mejor no intentarlo?

Creo que todos deberíamos aprender a tocar un instrumento. Que todos tuviéramos formación musical sería una buena cosa. Todos esperamos ser el mejor, pero hay que ser realistas: no hay forma de que así sea. Es imposible. Sin embargo, las grandes creaciones a las que accedemos a través de la música estimulan la imaginación y las habilidades que nos obliga a desarrollar permiten que todo lo que hagamos en la vida lo hagamos de forma más sensible. Ser el mejor de los mejores no solo depende del esfuerzo, sino de la suerte: la de poder ser visto en el mundo de la música. Pero al final aprenderla es maravilloso, y si uno no se convierte en músico profesional, igual la música siempre va a estar ahí, como hobby, inspiración. El arte es uno de los mejores amigos del hombre.

¿Cuál fue el proceso de esta grabación doble de las Variaciones?

Nunca pensamos grabar en vivo. El plan original era la de estudio. Cuando vi el documental de Glenn Gould sobre las Variaciones, me di cuenta de lo importante que era para él vivir y dormir en el estudio y trabajar arduamente en la creación del bello sonido, del balance perfecto entre realidad e imaginación. Eso es difícil de lograr en la sala de conciertos porque ahí todo es limitado. Uno depende de cómo se percibe el sonido dentro de la sala y ya está. Pero en el estudio –yo pasé cinco días– tocaba y escuchaba, una y otra vez, dormía oyendo la grabación, y al día siguiente hacía lo mismo, trataba de tocar pensando que estaba frente a un clavicordio en la variación 15; después, en la 29 pensaba en el sonido de un órgano; luego, uno puramente pianístico para el aria y en la voz de un cantante barroco para la recapitulación. Eso solo se puede hacer en el estudio, ahí hay lugar para que la imaginación fluya, tiempo y espacio para emitir el sonido.

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Estuvo en Arnstadt tocando el órgano de Bach. ¿Estar en contacto con la materialidad del sonido original de los instrumentos en los que compuso estas piezas influyó en sus decisiones interpretativas?

Absolutamente. Porque esta música fue hecha para ser tocada en esos instrumentos –el clavicordio, el órgano barroco–, y en teclados distintos simultáneamente. Cuando uno las toca en el piano, se convierten en otra obra. En el clavicordio no se toca con los codos ni los hombros: todo está en los dedos. Esas limitaciones físicas contribuyen a entender el fraseo de la pieza y a integrar las múltiples voces. Es parte de la magia de Bach, que no sólo construye líneas horizontales sino también verticales. Es la construcción de un edificio más que de una bella melodía con ciertas bases. Lo de él es un balance perfecto. Es construir una pirámide con las treinta variaciones.

La de Glenn Gould es una de las interpretaciones más prestigiosas y la que popularizó esta pieza dentro del repertorio para piano. ¿Cuál es su diálogo con ellas?

 La primera grabación y la última, la de poco antes de morir. Me gusta mucho la primera. Es espontánea, muy apasionada, impecable. Es casi como si tuviera un talento desbordado. Y muy fresco, la grabó a los veintiséis años. Todo es festivo, fluido. Pero en realidad prefiero la última. La primera tiene demasiada emoción y fluidez. Para Bach necesito la lucha. Su música no es solo ligereza y diversión. Tiene mucha sustancia: disonancias, acordes y pasajes difíciles no solo técnica, sino mentalmente. La interpretación del Glenn Gould viejo es maravillosa. Ahí verdaderamente escucho el sufrimiento de la pieza que tanto me llega al corazón.

Cuando la vida le muestra al artista que no es tan sencilla como parecía es cuando la interpretación madura…

Definitivamente. Para poder entender esta pieza tienes que haberte tropezado en la vida.

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Entonces eso sería más importante que las habilidades técnicas…

Sí. Mucho más. Seamos francos, esta no es tan difícil técnicamente como Rachmaninoff 3. Es difícil, pero no imposible. Además, Bach no tocaba solo con las manos, como yo, sino con los pies. En órgano es más complicado porque en los pies tienes la línea del bajo. Eso es más demandante técnicamente que para el piano.

Glenn Gould estaba obsesionado con la perfección, constante entre los músicos. ¿Usted también lo está?

Cada vez que uno estudia quiere que salga lo más perfectamente posible. Pero al mismo tiempo creo que no se puede ser perfecto, en el sentido musical. En el técnico, sí; si no te descachas en una nota, por ejemplo, puede ser considerado un criterio de perfección. Uno trata, pero la técnica tiene que servirle completamente a la música. En la “técnica por la técnica” se pierde el significado. Un gran técnico no es necesariamente un gran músico.

Si así fuera, la máquina ya hubiera reemplazado al músico…

Sí. Si el punto fuera la perfección técnica, hace rato hubiéramos desaparecido.

Esta es su primera grabación de las Variaciones. ¿Cuándo se dio cuenta de que estaba listo para grabar su propia interpretación?

En marzo. Por eso lo hice ahí mismo, justo antes de que cerraran todo por la pandemia. De algún modo uno se da cuenta porque ya tiene respuesta a muchas preguntas: qué tipo de interpretación, qué estrategia seguir, cómo agrupar las variaciones separadamente y a la vez crear una unidad con todas. Cuando las toqué en el concierto de la iglesia de Santo Tomás, ahí dije: “Están listas”.

Llevamos meses alejados de los auditorios. Su grabación es en vivo, pero al fin y al cabo grabación. ¿Usted cree que la grabación puede reemplazar el concierto presencial?

No. Nada puede reemplazarlo. Ahora tenemos una imagen sonora de alta resolución, audio en 4D, parlantes sofisticados. Maravilloso y ayuda mucho, pero aun así, el concierto es el mejor evento social que existe. Tienes a gente que no conoces sentada al lado tuyo, respirando juntos. Es casi ceremonial, una cosa muy rara. Curioso que exista hoy en día, cuando aparentemente el punto tecnológico en el que estamos nos permite prescindir de él. Pero cuando oyes música en tu casa revisas el celular, hablas con otras personas. En el concierto estás en una zona completamente distinta. Es otra experiencia que si a estas alturas no ha desaparecido, es porque nunca lo hará.

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Esta obra cierra con el aria del inicio, pero ¿realmente es la misma?

No lo es. Y no hay que hacer ni pensar en nada, porque después de treinta variaciones, cuando uno regresa al aria ya está tocando muy distinto. No existe la posibilidad de tocarla como la primera vez. Tras ochenta minutos de trabajo, solo se puede disfrutar el regreso, porque ya todo está maduro. Te cuento algo muy interesante: justo cuando uno termina de tocar esta pieza y piden un bis, cualquier cosa que uno toque se siente facilísima. Todo sale naturalmente. Como nadar. Es increíble, como estar frente a una suerte de magia. Uno siente que es un reflejo.

¿Será por el esfuerzo físico?, ¿el espiritual?

Por una combinación de todo, de los modos, del carácter de cada variación. Después de ese largo viaje, uno regresa al aria tan simple, hecha para conciliar el sueño. Se toca sola porque todavía en la cabeza están las emociones revueltas de las treinta variaciones.

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¿Cuál es su definición de ‘música’?

La música es un lenguaje único. Gente como nosotros, que tocamos piezas que ya están escritas, estamos recreando momentos de otros tiempos, invocando almas que habitan otro lugar. Las llamamos para que vengan al presente. Y los intérpretes actuamos como un puente, un dispensador. Eso son los recitales. Tocamos el mismo concierto una y otra vez, pero después de los aplausos siempre tenemos algo nuevo que decir, los músicos y el público. La música nos reúne, nos hace respirar al mismo ritmo, movernos al mismo tiempo. Por eso es un lenguaje eterno, que no cambia.

JUAN-MANUEL CAYCEDO
Para EL TIEMPO


Tomado del diario EL TIEMPO