Me volviste loco, Wilfrido

Foto: Revista Arcadia / Karoline Becker

En su recién publicada autobiografía, el músico dominicano cuenta no solo cómo que se volvió una figura determinante del merengue, también revela algo que hasta ahora solo pocos conocían: su trastorno de ansiedad.

Por: Frank Báez

Revista Arcadia

I.

Era una noche normal, me preparaba para dormir cuando el celular timbró y pese a que era tarde, y a que se trataba de un número desconocido, decidí contestar.

–Soy Wilfrido Vargas –dijo una voz enérgica.

No me lo podía creer. ¿Para qué me estaba llamando Wilfrido? ¿Qué quería conmigo el rey del merengue, el inventor de “El baile del perrito”? La respuesta fue aún mucho más surrealista. Explicó que se comunicaba conmigo porque estaba escribiendo un libro y tenía algunas dudas e inquietudes que esperaba que yo como escritor le ayudara a resolver. No solo Wilfrido Vargas, mi ídolo de la infancia, había aparecido de la nada, sino que además me estaba pidiendo consejos de escritura.

Bueno, para no hacer el cuento largo, le dije que me podía preguntar cualquier cosa, y Wilfrido empezó a hacer preguntas generales sobre el oficio de la escritura. Recuerdo que me preguntó si podía escribir del mismo modo en que hablaba. También algo que le inquietaba mucho:

–Poeta –me dijo–, ¿tú crees que si escribo en dominicano los lectores del resto de América Latina me comprenderán?

Le expliqué que sus canciones estaban en dominicano y que todo el mundo las coreaba y bailaba. Discutimos durante varios minutos hasta que nos despedimos. Supuse que no volvería a saber de él, pero a los dos días volvió a llamarme. Lo hacía desde Bogotá, que es la ciudad donde vive desde hace ya unos años. Con el tiempo me enteraría de que mi número se lo habían dado en la editorial Planeta tras de que Wilfrido insistiera en conocer a un escritor. Siempre me repetía que los escritores eran “lo máximo” y yo le decía que eran los músicos quienes eran lo máximo. Pero Wilfrido insistía y traía a colación a Pedro Mir, el poeta nacional de República Dominicana, a quien entrevistó en los años ochenta. Después de confesarle que quería escribir libros pese a no tener una formación intelectual, el poeta le respondió:

–Wilfrido, para escribir no se necesita tener formación o ser un intelectual, sino tener sensibilidad, y sobre todo tener qué decir.

Nuestras conversaciones continuaron. A principio de año, gracias a las diligencias del editor Marcel Ventura, pude almorzar y conocer a Wilfrido en un restaurante de Bogotá. Ya habíamos hablado tanto que era como si me reencontrara con un pariente; como si lo conociera de toda la vida. Me contó entre carcajadas que un día se le metió en la cabeza escribir un libro y se apareció con una cuadrilla de abogados en la sede de la editorial Planeta en Bogotá. Cuando le hablaron de los adelantos que le darían por sus memorias, Wilfrido, que viene del mundo de la música –donde las ganancias son cuantiosas– no lo podía creer. La suma le parecía irrisoria; incluso estuvo a punto de dar marcha atrás. Sin embargo, le apasionaba la idea de escribir un libro. Se lo debía a la vida, a sus amigos, a sus compañeros y a su familia, y por ello accedió a las condiciones y decidió embarcarse en el proyecto con toda la energía y el ímpetu que lo caracterizan.

Pasaron unos meses más y recibí un mensaje suyo en el que me explicaba que el libro estaba listo y se titulaba Me volviste loco, Wilfrido. Estaba ansioso y no paraba de meditar sobre la reacción de sus fans cuando se enteraran de que había sacado un libro. Si algo caracteriza a este artista dominicano es la diversidad de facetas que ha mostrado a lo largo de su carrera artística: músico, director de orquesta, arreglista, compositor, productor, vocalista, empresario, presentador de televisión y hasta actor. Ahora bien, la idea de publicar un libro lo abrumaba. Le respondí que no se preocupara y le aseguré que, tan pronto se enteraran de la existencia del libro, sus fans correrían a las librerías y que en Bogotá, de seguro, se vendería más que las obleas.

II.

Me volviste loco, Wilfrido tiene más de trescientas páginas y guarda cierta similitud con lo que publican músicos, actores y otras personalidades. Pero, a diferencia de otras memorias, este libro surge de un interés que me gustaría llamar terapéutico. Acá se quiebra la estructura lineal tan común en las memorias y Wilfrido se propone, más bien, hacer “una mezcolanza de anécdotas, ideas, reflexiones y sentimientos”. La razón quizás se deba a que a nuestro artista le interesa “rodear conceptos, ideas; acariciar posibilidades y sensaciones”. Si algo recuerda esta forma de contar es la música, y esto lo entendieron bien los editores, que dividieron el libro en Lado A, Lado B y Bonus tracks, e hicieron un diseño muy original, inspirado en los vinilos. Esto hace que sea una experiencia de lectura diferente, comodísima. Además, hay que resaltar la prosa festiva con que está escrito, en la que en ocasiones se junta la picaresca con reflexiones de gran vuelo poético.

Sin duda el libro es sobre todo para coleccionistas, y tanto el Lado B como el de Bonus tracks sirven como extensiones de los discos y ayudan a entender y profundizar en las canciones. Por ejemplo, en la parte de Bonus tracks se describen los secretos de algunos de sus hits musicales, se incluyen las letras de las canciones y un texto que comenta cómo se realizaron los temas y la recepción que tuvieron en su momento. De igual manera, en el Lado B se cuenta cómo fueron concebidos “El jardinero”, “El loco y la luna” y “El africano”. También nos enteramos de la historia chistosa de cómo Wilfrido reclutó a Eddy Herrera y cómo lanzó a Las Chicas del Can.

El Lado A, por su parte, está compuesto de ocho capítulos, y cada uno se refiere a un personaje importante en la vida del artista y a una virtud que le legó. Con un tono introspectivo, que recuerda al autoanálisis, en estas páginas aparece un Wilfrido al que no estamos acostumbrados; uno al que sus fans no habían accedido. De este me gustaría resaltar dos aspectos. El primero es la trompeta de Wilfrido. A estas alturas es icónica, y es tan simbólica como la guitarra de Jimi Hendrix o el trombón de Willie Colón. En la página 36 se relata, de una manera mágica, el instante en que le regalan su primera trompeta: “Aún recuerdo el momento en que se paró y desenganchó de un clavo oxidado aquella trompeta tan vieja. Los pistones ni siquiera bajaban, pero eso no me importó: yo estaba cautivado con sus formas, con el diseño, su construcción y su elegancia; su ingeniería era para mí como la de una nave espacial o algo incluso superior. Me quedé con la boca abierta, colmado de una emoción indescriptible, y me obsesioné”.

Pero, más allá de la trompeta, la vida de Wilfrido ha estado marcada por una condición que empezó a experimentar temprano en su niñez. En la página 25 escribe: “Hablo de una época en la que apenas me terminaban de salir los dientes. Y el asunto es que yo solía apretarlos. Cuando apretaba un molar, en lugar de nubes veía en el cielo unos rascacielos que nunca había conocido ni en fotos. Fotos, por supuesto, en blanco y negro. Esa acción era como el comando de una computadora actual: si apretaba un diente imaginaba una cosa, si apretaba un colmillo imaginaba otra. Diría que esas fueron mis primeras alucinaciones, producto de la ansiedad. El escalofrío, los temblores, la fiebre, la bipolaridad, el pánico, la depresión –palabras que vine a conocer muchísimo tiempo después– hacían de mí, en ese entonces, un chico distinto al resto; cuando menos distinto a los que conocía”. Esta ansiedad suele llevarlo “del esplendor al desánimo, de la energía total casi a la parálisis”.

En la página 88 retoma el tema y ahonda un poco más: “A lo largo de mi vida he visitado a decenas de médicos, psicólogos y psiquiatras. Algunos de ellos se han vuelto amigos míos. No pocos, después de cincuenta años, me han despachado diciéndome que estoy cerca de convertirme en un profesional de la mente. Otros no pueden conmigo. Me han recetado un arsenal de pastillas: ansiolíticos, psicoestimulantes, antidepresivos, hipnóticos, estabilizadores del ánimo. Me han diagnosticado un abanico de padecimientos: ansiedad, bipolaridad, abulia, trastorno de voluntad, oscilación intensa del estado de ánimo”.

Esas confesiones componen el lado oscuro de un libro lleno de secretos y pasajes poco predecibles, con confesiones y franqueza. La complejidad y la hondura de Wilfrido saltan a relucir en esos momentos, y uno entiende que un libro de más de trescientas páginas no es suficiente para acercarnos a una personalidad que, por más que haya estado tan presente en nuestra infancia, nuestra adolescencia y nuestra adultez, seguirá siendo difícil de atrapar.

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III.

Es viernes 15 de noviembre. Terminé de leer Me volviste loco, Wilfrido e intenté comunicarme con el autor para contarle mis impresiones, pero no me respondió. Luego me enteraré de que Wilfrido estaba en Las Vegas, donde acababa de recibir un Latin Grammy por su excelencia musical y por sus “contribuciones excepcionales que benefician a la música de Iberoamérica, brindando innovación y una singular visión en pro de los amantes de la música”. Finalmente, a eso de las once del día, Wilfrido me devolvió unos mensajes por WhatsApp.

–Me encantó el libro –le dije.

En vez de interesarse sobre qué parte fue la que más me disfruté, me preguntó si había encontrado algún error.

–Está limpio –le respondí.

Entonces, armándome de la franqueza y honestidad de las que él se sirve en el libro, le dije que me sorprendió mucho lo relacionado con la ansiedad, y le pregunté cómo había sido lidiar con ella.

Wilfrido se tomó un tiempo para responder. En vez de escribirla en el chat, grabó un audio y me lo mandó.

–Mira, si no hubiese nacido con el trastorno, quizá no hubiese podido hacer tantas cosas. A veces me pongo a reflexionar y pienso que la ansiedad también es un motor, que lo pone a uno tenso y obsesivo, y que sin ese motor puede que una persona normal no hubiese hecho todas las cosas que he hecho yo. Así que yo no sé si echarle toda la culpa de mis males a ese trastorno emocional. Es parte de mi vida. Si yo no hubiese tenido este trastorno, no habría sido el Wilfrido que soy.

Como para cambiar de tema, le pregunté entonces si ya se sentía escritor.

–Claro que no.

– ¿Piensas publicar otro libro?

Esperé un rato la respuesta, pero no me respondió. No tuve otra que dejarle unos corazoncitos en su WhatsApp e irme a dormir.

*Poeta, escritor y editor dominicano


Tomado del portal de la Revista Arcadia