Muere Juliette Gréco, la última gran diva de la canción francesa

Foto: Juliette Gréco, en una imagen de 1979 - AFP

Figura legendaria de la cultura gala e icono de varias generaciones, ha fallecido a los 93 años

Por: Juan Pedro Quiñonero / París

ABC

A última hora de la tarde de ayer se conoció la muerte de Juliette Gréco (93 años), en su residencia última, en Ramatuelle (departamento del Var), en el corazón de la Cosa Azul. Era la última de las grandes leyendas de la época dorada del barrio de Saint-Germain-des-Prés, en la inmediata posguerra, intérprete del gran repertorio canónico de Jacques Brel, Boris Vian y Serge Gainsbourg.

Gréco nació el 7 de febrero de 1927 en Montpellier, en el seno de una familia «complicada». Padre corso, comisario de Policía. La madre se salvó milagrosamente del campo de concentración de Ravensbruck. Y, de vuelta a París, intentó «poner orden» en su familia.

Los padres de Juliette Gréco se habían instalado en la parisina rue de Seine, en el corazón de un barrio que se transformaría en una tierra mítica a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando París se convirtió en capital de los músicos de jazz, negros, que huían del racismo en los Estados Unidos.

Juliette Gréco comenzó como actriz, en los teatros de Saint-Germain-des-Prés. No era lo suyo. Ella prefería la vida nocturna de los antros musicales del barrio, donde se estaba imponiendo el «bebop» norteamericano y Jacques Prevert, Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir comenzaban a dar a los bares del barrio el aura de areópagos entre intelectuales y musicales.

Amistades

Juliette Gréco empezó a cantar y a hacer amigos en los baretos de la época, comenzando por el «Tabou», en rue Mazarine, donde fue legendaria la «tertulia» de Boris Vian, a caballo entre una escena musical y un campo de batalla poético, inmortalizado en algunos poemas de Jacques Prevert, el más grande de los poetas populares de su tiempo, el cronista lírico de aquel París que las revistas norteamericanas se obstinaron en calificar como cuna del existencialismo filosófico.

Un cuento de Julio Cortázar, «El Perseguidor», quizá sea la mejor «introducción» a las leyendas de Saint-Germain, donde se cruzaron muchos de los más grandes músicos de jazz de su tiempo, de Duke Ellington a Charlie Parker o Miles Davis, que terminó convirtiéndose en amante de Juliette Gréco, cantante y actriz, sin duda, pero con una justificada fama que tiene muchas otras fronteras.

Los historiadores de Saint-Germain-des-Prés suelen citar los bares, restaurantes y hoteles del barrio como «matriz» de un «movimiento filosófico». Bueno. Y es de obligado rigor recordar a Sartre, Camus, Maurice Merleau-Ponty. Sin duda, esos grandes creadores frecuentaron el «Deux Magots» y el «Flore», los dos cafés que siguen siendo cita turística obligada. Y Hemingway contribuyó a lanzar la gran leyenda cosmopolita del restaurante «Lipp». La realidad histórica quizá sea menos libresca y mucho más divertida.

Juliette Gréco fue fotografiada en muchas ocasiones escuchando atentamente a Sartre, en posiciones «filosóficas». Bueno. En verdad, la cantante quizá era mucho más feliz cantando a Boris Vian y entregándose a Miles Davis en el Hotel de la Louisianne, en la rue de Seine. Quizá fueron mucho más importantes sus relaciones amistosas con Prevert (el gran poeta del barrio y de un París mítico) y sus interminables discusiones sobre las calles de París con Raymond Queneau, uno de los grandes conocedores de una ciudad entre poética y canallesca. O sus intercambios de intimidades amorosas del género más tórrido con Françoise Sagan. Palabras mayores de chismografía muy «hard».

Personalidad

La gran personalidad de Juliette Gréco, más allá de sus talentos genuinos de actriz, le pusieron en bandeja papeles y personajes cinematográficos de cierta envergadura, en el «Orfeo» de Jean Cocteau; en «El reino de los cielos» de Julien Duvivier; en alguna película de Jean-Pierre Melville, e, incluso, en una película «menor» de Jean Renoir, junto con Ingrid Bergman y Jean Marais.

Andando el tiempo, el eclipse histórico de Saint-Germain-des-Prés, la vida y la obra de Juliette Gréco comenzaron a perder el aura de la joven díscola y noctámbula. Sus aventuras amorosas (Miles Davis, Michel Piccoli) terminaron de manera muy melancólica. Su trabajo musical con la pareja Prevert/Kosma, los autores de «Les feuilles mortes», una de las canciones más célebres del repertorio francés, continuó creciendo. Y las relaciones amistosas de la cantante con Jacques Brel y Serge Gainsbourg le permitieron encontrar la vía real de su madurez última.

Gréco cuenta en sus memorias su decisión de despedirse sin amargura de su madre, del barrio de su vida, para huir, finalmente, hasta la Costa Azul, para instalarse en Ramatuelle, a dos pasos de Saint-Tropez. François Mauriac, un entomólogo único y feroz, pensaba que Gréco era la «obra» de Gréco. Ni cantante, ni actriz, ni mujer de mundo: «Un animal muy bello», deambulando y paseando su soledad y amoríos por una ciudad difunta. Ha muerto en paz, lejos de París, instalada ante el Mediterráneo de su muy primera infancia, contemplando el azul de su infancia, como don Antonio Machado.


Tomado del portal del diario español ABC