La autora que sacó la literatura infantil de los moldes de princesas

Foto: Con su personaje de Pippi Calzaslargas, la escritora sueca Astrid Lindgren le dio vida a una niña que salió de la imaginación de la hija de la autora y cuyo nombre es reconocido en el mundo / Astrid Lindgren Aktiebolag

La escritora sueca Astrid Lindgren tuvo una vida tan asombrosa como las criaturas que creó.

Por: Myriam Bautista

EL TIEMPO

Sus libros han tenido ventas millonarias. Algunas editoriales nórdicas hablan de alrededor de 164 millones de ejemplares traducidos a un centenar de idiomas. Su nombre, aunque no es muy conocido en Colombia, figura en Europa al lado del de Hans Christian Andersen y de los hermanos Grimm, grandes, como ella, en la invención de historias para niñas, niños y jóvenes.

Algunos de sus mejores títulos fueron pedidos por Alianza Editorial para la feria del libro aplazada, de modo tal que muy pronto se podrán leer en estos días de confinamiento preventivo.

Astrid Lindgren le dio vida a una niña singular, bautizada por su hija como Pippi Calzaslargas o Medias Largas, que se salió de sus libros para hacerse un lugar de privilegio en la programación de la televisión infantil y juvenil de varios países europeos en los años setenta.

Una película sobre la vida de su autora: Conociendo a Astrid, que se presentó en la Berlinale de hace dos años. La serie infantil que estrenó en Suecia en 1969, y de ahí brincó, en esa década de los setenta del siglo pasado, a casi todos los países vecinos. Y sus más de ochenta títulos hicieron que cuando Astrid Lindgren murió, en el 2001, su funeral tuviera el estatus del de cualquier miembro de la realeza sueca o de uno de sus jefes de Estado más queridos.

Y es que Lindgren produjo una literatura infantil por fuera del molde tradicional de esos centenares de cuentos de princesas tristes y aburridas, príncipes encantados y brujas malvadas, en donde los niños y, sobre todo, las niñas son casi siempre ausentes, invisibles.

Pippi, la heroína creada por Lindgren, es una niña de pelo zanahoria que siempre se peina con trenzas como flechas, tiene pecas y nariz prominente, se viste de manera muy graciosa y poco convencional, es huérfana de madre, con padre pirata, no va al colegio porque no le da la gana, duerme cuando quiere y cuanto le apetece, reta a la autoridad representada en policías bobalicones o en hombres torpes, habla sin parar y siempre tiene apuntes brillantes y muy originales.

Ella enseña que las niñas como los niños pueden subir montañas, trepar árboles, nadar en ríos de aguas heladas, dejar de comer durante todo un día y mil cosas más subversivas para alguien de su edad, pero sobre todo para una niña, tal vez a un niño se le acepten con facilidad estos comportamientos.

“Cuando yo era niña leímos a Pippi Langstrump, y sus relatos estimulaban mi libertad. Todas las niñas queríamos ser como Pippi: fuertes, independientes y salvajes. Era realmente nuestro referente y lo sigue siendo hoy para muchas niñas”, cuenta Merete Hansen, jefa política y consular de la Embajada de Dinamarca en Colombia.

Esas narraciones, en donde sobresalen también temas como la igualdad entre los dos sexos, la responsabilidad sin tener que obedecer a reglas, el amor a la naturaleza y a los animales, convirtieron a Astrid Lindgren en una escritora popular y única entre varias generaciones de mujeres y hombres europeos que crecieron disfrutando con cuentos rompedores y anarquistas, con una filosofía de vida más justa, en una época en la que el feminismo y la ecología eran categorías teóricas que comenzaban a gatear.

Vida alegre y dura

Astrid Anna Emilia Ericsson nació un 14 de noviembre de 1907 en un pueblo pequeño al sur de Suecia. Su infancia fue genial. Con tres hermanos y unos padres liberales que les dieron a los cuatro hijos libertad total y herramientas para que crearan historias, juegos, escenas teatrales y echaran a volar la imaginación cuanto quisieran, Astrid se embolsilló todo lo que pudo de ese tiempo feliz, en contacto con la naturaleza, y fijó en su mente las historias que escuchó de sus vecinos: gente sencilla, curiosa e inteligente que cultivaba la narración verbal.

Astrid a los 16 años se fue a trabajar a un periódico de ese pequeño pueblo donde nació, y desde que llegó asombró al director del diario, un hombre de cuarenta años, casado y con siete hijos, que se enamoró de esta niña rubia, de profundos ojos azules, siempre peinada con dos trenzas, creativa y chispeante. Vivieron un apasionado romance.

Dos años después, ella quedó embarazada y no aceptó que su jefe se separara. Dejó su pueblo. Primero se fue a Estocolmo y luego, a Copenhague, donde tuvo a su hijo y lo entregó a una madre sustituta, mientras conseguía recursos para sostenerlo. Años muy duros. Era pobre, no tenía ni familia ni amigos, así que se volcó en la lectura y aprendió taquigrafía para ganarse la vida como secretaria.

A los 24 años se casó con Sture Lindgren. Tomó el apellido de su marido para el resto de su vida. Tuvo una hija y recuperó al hijo que había dejado, que para la época era un chico de siete años, que no quería nada con ella. Con el paso de los días, Astrid, con su ingenio natural, se lo ganó a punta de cuentos y narraciones que el chico disfrutaba, así como su segunda hija. La niña se enferma del pulmón y tiene que permanecer en cama por varios meses. Un día cualquiera, la niña le pide a Astrid que les cuente historias solo de Pippi Calzaslargas, la chica sacó el nombre de esa mente adiestrada por la madre para la travesura.

Como el nombre le sonó simpático y ocurrente, Astrid creó una niña que lo emulara en gracia y que fuera digna merecedora de llevarlo. Cada noche, durante varios años, Astid Lindgren hizo las delicias de sus dos hijos con historias hilarantes, conmovedoras, valientes y muy simpáticas, siempre repletas de enseñanzas, sin querer queriéndolo, como diría el Chavo del Ocho.

En 1941 mandó a la editorial sueca más importante buena parte de esas historias. La negativa fue contundente. No hubo la menor posibilidad de pedir revisión. El ambiente patriarcal y conservador de la sociedad sueca impedía que se pudieran publicar los relatos de una niña tan atrevida, tan osada, que rompía con todos los moldes establecidos.

Como Astrid se divertía montones escribiendo esos cuentos y a sus hijos les pasaba igual oyéndolos, ella siguió escribiendo y en 1945 envió a un concurso una de sus historias, ganando el segundo premio. La pequeña editorial le preguntó si tenía más y ella les fue entregando su inmensa producción. Los editores no salían de su asombro. No podían creer que una ama de casa sin títulos académicos, secretaria de profesión, escribiera con tanta desenvoltura, utilizando un lenguaje preciso, variado y, a la vez, muy entretenido para un público que, contra lo que se piensa, no es fácil ni adopta escritores que no reten su imaginación y su inteligencia con destreza.

Y ahí fue el éxito total. Se cumplen por estas fechas, entonces, 75 años de vida de esta niña retadora que creció en un pueblo que no podía tener un nombre distinto al de Villamangaporhombro, que Astrid le puso sin pensarlo dos veces, porque comprendió que la desfachatada Pippi necesitaba un espacio similar para vivir.

Mientras la rebelde Pippi encuentra sin demasiada publicidad un nicho de ventas muy importante, Astrid diversifica sus historias y poco a poco se convierte en la famosa y escuchada autora que vivió hasta los 94 años.

Su influencia brincó de la literatura a la esfera pública. Sus iniciativas fueron siempre respetadas y acogidas. En 1988, el Parlamento sueco aprobó una ley, gracias a su trabajo, para controlar la agricultura industrial que ponía en jaque a los pequeños productores, sus vecinos de infancia.

Años antes, 1979, por demanda suya, Suecia se convirtió en el primer país del mundo en prohibir el castigo físico infantil.

La niñez, sobre todo, los más vulnerables, los más pobres, los abandonados y los enfermos fueron el centro de su atención. Un hospital, que ayudó a construir en Estocolmo lleva su nombre.

Y en el barrio más antiguo de la capital sueca se levanta el parque Junibacken que es una disneylandia en miniatura, repleta de objetos y espacios en donde sobra la creatividad y no hay lugar para artificios. La casa de Pippi, sus vecinos, sus amigos, sus comidas, sus vestidos, todo está reproducido. Las obras de teatro que se montan para exhibir las aventuras de Pippi y demás personajes de su mundo, hacen las delicias de quienes la han leído y de quienes se acercan por primera vez a ese entorno liderado por una extrovertida y revolucionaria niña, que una vez se conoce no se olvida jamás.

Otro de sus libros más vendidos es: Ronia. La hija del bandolero, en donde otra vez la heroína es una niña valiente, osada, solidaria, libertaria, hija de una pareja de ladrones buenos que se enamora de Birk el hijo de los ladrones malos de la región. Al comienzo Birk se asombra de que una niña de su edad sea capaz de hacer las mismas cosas que él hace en las montañas de su vecindad, a las que acuden todos los días, porque sus padres los dejan que vayan a su aire. Cuando se reconocen como hijos de familias con un añejo y trasnochado litigio, hacen el juramento de que cuando crezcan harán la paz y no usarán nunca más la violencia, como método para la resolución de ese conflicto que saben van a superar gracias al diálogo.

En buena hora llegan estos libros para conocer la literatura infantil de Astrid Lindgren, ser humano bondadoso y compasivo. Y una inmensa escritora que ganó premios como el Hans Christian Andersen, que es el equivalente al Nobel para la literatura infantil y juvenil y otros muchos más, pero sobre todo que reinó y sigue reinando en ese mundo de fantasía y realidad que inventó para intentar hacer mejores personas a quienes la leen.

MYRIAM BAUTISTA

Especial para EL TIEMPO(*)Información de internet, de un viaje a Junibacken con mi nieto Pablo y de la Embajada de Suecia.


Tomado del diario EL TIEMPO