Nombrar es la tarea inmemorial del arte

Foto: “Duelos", una videoinstalación dirigida por Clemencia Echeverri, se proyectó en la instalación de “Fragmentos”, de Doris Salcedo.Credit...Nadège Mazars para The New York Times

El arte puede sacar a la luz a las víctimas olvidadas que la violencia política de Colombia trató de borrar.

Por Doris Salcedo

Es artista colombiana.

Este ensayo forma parte de The Big Ideas, una sección especial de la serie de filosofía del Times, The Stone, en la que más de una docena de artistas, escritores y pensadores responden la pregunta: “¿Por qué importa el arte?”. La serie completa se puede leer aquí.

Soy una artista política que trabaja en medio de la crisis. He producido la mayor parte de mi trabajo en Colombia, un país que intenta finalizar una guerra de más de cincuenta años. En 2016, el gobierno y las guerrillas de las Farc firmaron un acuerdo de paz. Pero todavía tenemos que ponerle fin al brutal conflicto armado que ha cobrado más de nueve millones de víctimas, entre los asesinatos, las desapariciones, la violencia sexual y el desplazamiento forzado. En la actualidad, Colombia es aún uno de los muchos epicentros de catástrofe, uno de los muchos lugares donde la tragedia parece ser un evento continuo.

Creo que es precisamente en las épocas de crisis cuando el arte alcanza su significado más profundo.

Por fervor y obstinación, me he quedado en Bogotá en los últimos 30 años, impulsada por la necesidad obsesiva de hacer visible la experiencia de las víctimas más vulnerables y anónimas de la violencia política, no solo en Colombia sino en todo el mundo. Víctimas que, a través de actos sin sentido, han sido expulsadas del género humano.

Este es el único tema que abordo en mi trabajo. No solo porque soy colombiana, aunque eso, en cierto modo, me confiere una comprensión más profunda y cercana de los efectos de la violencia política. También se debe a que creo firmemente que la violencia define el ethos de nuestra sociedad.

Desde los últimos días del siglo XIX, los avances tecnológicos en la fabricación de las herramientas para matar y la aparición y persistencia de campos de concentración han hecho que la muerte sea más eficiente. A su vez, la muerte se reduce a una total insignificancia, se trivializa y se inscribe como tal en nuestra cotidianeidad. La muerte se ha convertido en lo que el filósofo Martin Heidegger llamó la “fabricación de cadáveres”.

Es por eso que los testimonios de las víctimas no solo están en el centro de mi trabajo, sino que en realidad son un requisito para la existencia de todas mis obras.

La peor consecuencia de la violencia política es su poder paralizante: silencia a sus víctimas y las reduce al lamento y llanto. La violencia política puede destruir nuestra capacidad de representar y narrar lo que nos ha pasado. El arte es importante porque articula y materializa experiencias dolorosas en imágenes capaces de romper el control que impone la violencia.

En mis esculturas abordo las experiencias de quienes habitan en las fronteras, en la periferia de la vida y en las profundidades de la catástrofe. He dedicado mi trabajo a aquellos que, como escribió el filósofo Emmanuel Lévinas, no tienen más que la vulnerabilidad de su propia piel. O, como dijo el poeta Paul Celan, aquellos a los que “ni siquiera protege la carpa tradicional de los cielos”.

Nombrar es la tarea inmemorial del arte. Al nombrar, el arte aborda aspectos de la realidad que el sistema ha elegido ignorar. Se nombra para sacar a la luz lo que quienes están en el poder creen que debería permanecer invisible, sin nombre y sin rostro.

El arte es importante porque su capacidad de nombrar excede el tipo de pensamiento administrativo que solo valora lo económico y que a menudo se aplica a las comunidades marginadas, a las que se percibe como sin valor a menos que produzcan réditos económicos. Por ello, el arte redefine y expande la estrechísima definición que tiene nuestra sociedad sobre quienes merecen ser considerados como humanos. Celan creía que en toda obra de arte, “incluso en la menos ambiciosa, se encuentra presente ese reclamo exorbitante” que exige que reconsideremos quiénes pertenecen a la humanidad. Celan dice que, en un intento por mitigar la intolerancia, el arte trae a nuestro presente lo que nos es ajeno y parece extraño.

Al hacerlo, el arte exige una ruptura radical con la indiferencia. Nos pide que nos sumerjamos en eventos traumáticos específicos que tienen una clara inmediatez política.

En Colombia estamos presenciando los asesinatos diarios e imparables de cientos de líderes sociales y comunitarios y defensores de los derechos humanos. Cada asesinato impone en nuestra sociedad un sentimiento devastador de impotencia y tristeza.

Mi respuesta a esos crímenes fue “Quebrantos”, un acto de duelo monumental y efímero realizado el año pasado en colaboración con la Comisión de la Verdad de Colombia. El objetivo era que fuera tanto un gesto contundente como una herramienta que la sociedad pudiera usar para comunicar las experiencias dolorosas que ha tenido que soportar.

Invité a 103 líderes comunitarios que han recibido amenazas de muerte y, en algunos casos, han sobrevivido a ataques, para que vinieran a Bogotá a escribir con vidrios rotos los nombres de 165 de sus compañeros activistas asesinados.

Ayudados por cientos de voluntarios, ellos rompieron lenta pero incesantemente 21 toneladas de vidrio. Trabajamos durante 12 horas, a ratos bajo la lluvia, hasta que cubrimos por completo la Plaza de Bolívar, plaza principal de Bogotá.

El acto de romper lo que debería estar entero es doloroso, pero cuando se hace de manera compulsiva se vuelve insoportable. El acto de romper vidrio mientras se nombra a las víctimas nos recuerda que el vidrio, como la vida, es frágil y, cuando se rompe, nunca se puede reparar.

En ese contexto, el arte nos permite recordar nuestra historia reciente, no como un medio para preservar intacta la memoria de los sucesos violentos, sino para recrear el pasado a través de imágenes que pueden revivir lo que de otro modo quedaría en el olvido.

La creación de arte político es como una liturgia solitaria en la que se acepta lo insoportable, lo incognoscible y lo doloroso y se emplea para forjar imágenes que dan testimonio de la vida. En las imágenes que nos ofrece el arte no solo está el recuerdo de la existencia oprimida, sino también la luz de un ethos inmemorial. Por ello, el arte es importante.

Doris Salcedo es una artista visual y escultora colombiana que aborda el concepto de la memoria y los olvidados en sus instalaciones. Sus obras se han expuesto en el Tate Modern, el Museo de Arte Moderno de San Francisco y el Museo Guggenheim.


Tomado del diario The New York Times